06 abril 2010

Bukowski & Artaud. Combinación perfecta.

Estoy leyendo "Fragmentos de un cuaderno manchado de vino", de Charles Bukowski desde hace dos días, un libro que recopila cuentos inéditos, ensayos, apreciaciones y desprecios del autor que marcó generaciones de rabiosos escritores punks (una vez le oí esta frase a un viejo escritor, me pareció genial). Dice Buk, por ejemplo: "En tiempos en que creía que era un genio y me moría de hambre y nadie me publicaba, solía desperdiciar mucho más tiempo en las bibliotecas que ahora" (fragmento del texto "Un delirante ensayo sobre la poética y la condenada vida, escrito mientras bebía media docena de latas de cervezas (altas)"). Bueno, ese es el genio de Bukowski, así digan lo contrario. Y en este libro hay un texto delicioso que el autor escribe para una edición de Jack Hirschman, titulada "Antología de Antonin Artaud" , otro de los grandes de la literatura, poco recordado pero siempre valorado. Y Bukowski, oh Bukowski, tiene frases del tipo: "No soy estudiante de literatura. Lo único que sé es lo que siento, maldita sea. El libro está dividido en dos partes: "Antes de Rodez" y "Rodez y después". No se divide a un hombre por manicomios. Ni por rupturas con el surrealismo. Se sigue el alma de un hombre como una cuerda a medio podrir. Y se empieza en cualquier parte". Como fuere, busquen este libro. Y lo menciono pues ha coincidido con un artículo sobre Artaud que ha publicado Babelia, el suplemento cultural de El Pais (que siempra trae cosas interesantes). Dice el artículo:

Antonin Artaud
Hay que darle a las palabras sólo la importancia que tienen en los sueños", escribe Antonin Artaud en El teatro y su doble. Cito de memoria y es posible que lo haga de forma inexacta, pero así ha persistido en mi mente como una extraña advertencia desde que la leí en la adolescencia y, si hacemos caso a su significado, así debe quedar. Escritor, poeta, actor, dibujante, pero sobre todo un hombre atormentado e iluminado por el dolor, las drogas y la locura, Antonin Artaud (Marsella, 1896-Ivry, 1948) es uno de los grandes malditos del arte. Su leyenda está formada a partir de una existencia tan alucinada como trágica, así como por unos pocos libros que siguen siendo lecturas de referencia. La Casa Encendida, de Madrid, inicia el próximo viernes una amplia muestra sobre su vida y su obra, con dibujos, fotografías y sus cuadernos (algunos inéditos), además de actividades paralelas con películas, debates y una Radioperformance.
En tratamiento psiquiátrico casi desde la niñez, fue medicado tempranamente con opio, láudano y otros estupefacientes que lo convirtieron en adicto de por vida. Al llegar a París no tardó en ser acogido en el círculo surrealista de André Breton, gracias a su poemario Tric Trac del cielo (1924), pero poco después rompía con ellos para emprender su camino como actor en el teatro y el cine (hizo papeles secundarios en Napoleón, de Abel Gance, o en La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer, entre otras), aunque con moderada fortuna. En esa época era un joven inteligente y sociable, de enigmática belleza y mirada penetrante, con un trasfondo oscuro y un carácter apasionado y visionario, que no tardaba en aflorar.
Artaud fue un pensador radical, vanguardista, que propuso las ideas de lo que llamó el Teatro de la Crueldad, que impactara profundamente en el espectador hasta hacerlo salir de la complaciente pasividad ante el teatro de entretenimiento. Junto a ello ponía como ejemplo el teatro balinés -asistió fascinado a dos representaciones en 1922 y 1931-, basado exclusivamente en la fisicidad y el simbolismo, opuesto a los excesos del diálogo en el teatro burgués occidental. Los textos reunidos en El teatro y su doble (publicado en 1938) siguen siendo una lectura intensa y reveladora, no sólo para los amantes de este género.
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