31 julio 2012

Alexis Iparraguirre sobre "17 fantásticos cuentos peruanos", volumen II. Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor (eds.)


La literatura fantástica no ocupa un primer plano en la atención del lector literario peruano porque existe una requisitoria antigua en su contra o que se ha entendido que es en su contra, que viene desde Grecia y Roma y adquiere versiones locales de igual carácter pedagógico. La forma antigua señala que el gran arte tiene propósito trascendental y aspira al mármol; en esa comprensión, la literatura fantástica parece un divertimento, el delirante pasatiempo de adultos dedicados a los juegos de los niños. La forma nacional advierte que la literatura revisa la vida social peruana para desenmascarar las estafas de los poderosos, reescribir, desde los fueros de la literatura, la historia oficial, formulada por lo común desde la prepotencia de quien manda; desde esta comprensión la literatura fantástica es una trivialidad o una deslealtad, una manera de no enseñar al lector cómo es de verdad la vida real y cómo revolucionarla. Contra estos prejuicios poco o ningún valor ha tenido que el prosista más revolucionario del siglo XX, Jorge Luis Borges, haya sido un cultor del género fantástico, ni que un apasionado militante de izquierdas, el escritor Julio Cortázar, haya formulado una concepción narrativa que exaltó lo imposible y no, por ejemplo, el minucioso retrato de las miserias de Argentina, nación de la que se exilió por motivos personales y políticos. La tarea de divulgar que tales prejuicios son falsos le compete, por tanto, necesariamente, al segundo volumen de 17 fantásticos cuentos peruanos, volumen 2, que publica Casatomada (Lima, 2012) ; es decir, refutar las afirmaciones que señalan que no puede haber gran literatura en género fantástico; y que la literatura peruana valiosa solo se escribe en clave realista.
Conviene aclarar qué se entiende por fantástico y qué se sigue entendiendo. El género fantástico no se refiere a un mundo en particular, sino a una puerta a ese mundo.  Existe nuestro mundo moderno preñado de seguridades domésticas: que el sol sale todos los días, que las personas hacen ciertas labores como levantarse temprano, lavarse los dientes, cruzar la avenida. El género fantástico introduce una hipótesis inquietante: que esa existencia tiene la contextura de una película, que porque es veloz y asumida ignoramos por completo que su rapidez encubre a la vista que está fracturada, como los filmes, que si los corrieran más lentos distinguiríamos que están formados por cientos de fotogramas, separados unos de otros por brechas negras. La hipótesis de lo fantástico supone, como es obvio, que por esas brechas pueden penetrar acontecimientos imposibles. Como si en esta sala, en una conferencia de orden absolutamente predecible, con presentadores cronometrados para hablar quince minutos de manera absolutamente rutinaria se abriera una brecha en el continuo tiempo espacio y apareciera una mano de diez metros desde el techo y una voz dijera “Soy Dios”.
Aquí cabe indicar que, desde un punto estrictamente literario, Dios es una criatura fantástica: en el Éxodo un grupo de judíos liderados por Moisés son sometidos a la cruda vida del desierto, a la disciplina de un líder astuto y, por lo que se puede suponer, carnicero. Esta vida es interceptada periódicamente por una voz en la niebla, por una zarza ardiendo, por otra voz en lo alto del Monte Sinaí. Estas voces sostienen plausiblemente la posibilidad de que son Dios. En la lectura de la Biblia como literatura, Dios es la irrupción de lo imposible. Curiosamente, y contra lo que señala la facilidad del adjetivo, mundos como los inventados por Tolkien o Lucas no son fantásticos, son fantasiosos. Desde un inicio asumimos que en ellos lo imposible es pan de todos los días, que la magia es una regla antes que una excepción, que el bien y el mal encarnan frecuentemente en deslumbrantes criaturas. Ello es, en sentido estricto, fantasía de espadas y brujos, o de naves espaciales y robots. Fantasía. No hay rutina o mundo real al cual desmantelar o aplastar como un débil cáscara de nuez. No obstante, la difusión y la acogida de la fantasía de entretenimiento por parte de grandes públicos ha contribuido a la del género fantástico casi por osmosis. Inevitablemente, en la búsqueda de temas y tópicos, la industria del entrenamiento ha recurrido a la literatura y esta a la fantasía para masas en intercambio fructífero. El camino más frecuente es este:  las novelas gráficas sobre superhéroes de Alan Moore o las películas de ciencia ficción de Stanley Kubrick y Ridley Scott han permitido mostrar que desde un ámbito en apariencia inhóspito para la seriedad se pueden tratar grandes temas, conmovedores temas, despiadados temas que afectan a los seres humanos en su generalidad. No es casual que las novelas de ciencia ficción de Phil K. Dick, uno de los escritores más alucinados de su promoción, se conviertan frecuentemente en estos días en guiones de películas. Los temas de Dick son los sueños dentro de los sueños, la muerte, la existencia de Dios. Debido al influjo de la industria del entretenimiento de masas, las ficciones sobre miradas imposibles se han revitalizado y los nuevos escritores que cultivan el género fantástico han surgido al calor de los cuentos de Borges y Cortázar, pero también de la ficción de fantasía que se ha apropiado de la imaginación intelectual posterior a los años ochenta; además, lo fantástico ha tomado materiales de algunas visiones apocalípticas en nuevos formatos de la esfera de la cultura popular de masas del siglo XX (la imaginación sobre el milenio). En 17 fantásticos cuentos peruanos, de Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor, conviven con fortuna todas estas aproximaciones que señalan la vitalidad de lo más ortodoxo y, a la vez, de las novedades que incrusta el nuevo siglo.



Así, en el libro asistimos una vez más a la puesta en escena de la vieja leyenda del doble, que es, a su vez, la consecuencia natural de postular las Antípodas. Existe un lugar de la esfera del orbe, dicen los antiguos, que es exactamente opuesto al que estamos, donde viven seres que, aunque idénticos, son nuestros exactos contrarios. Si algún día diéramos con nuestro doble, con nuestro antípoda, buscaríamos matarnos, dice la leyenda, para evitar la contradicción de que convivan dos formas que, en verdad , son el mismo ser. Julio Cortázar, en su cuento “Continuidad de los Parques, introdujo la variedad letrada de esta leyenda: cabe la posibilidad de que el doble de un lector no pertenezca a este mundo sino al de las novelas, y que el asesino de la ficción mate al doble y mate, en realidad, también al lector. Ambas posibilidades del canon fantástico, dobles y dobles dentro de textos, se actualizan con creatividad en las plumas de los autores reunidos en el libro que hoy presentamos.
Del mismo modo, la leyenda prohíbe caminar de noche por el bosque porque lo habita el lobo, o el hombre lobo o es la seña de los reinos nocturnos, que quizás son otras maneras de llamar a los predadores nocturnos. Recomienda que se prefiera la ciudad racional e iluminada, que es su contrario, el trono del hombre a donde no penetran las fieras. No obstante, desde el siglo XIX en que fue obvio para el hombre moderno que la ciudad reproducía en sus esquinas y callejones proliferantes el laberinto de lo oscuro, se concibió la imaginación de que esos sitios también estaban poblados por lo salvaje, lo irracional, por el predador irracional que vive al margen de la civilización, que se confunde con el criminal carnicero, pero que en realidad es una criatura más poderosa, que nos remite a un horror que yace en la selva fundamental o en la playa fundamental que hay detrás de todo hombre civilizado. Los monstruos y los fantasmas en medio de las ciudades son otra forma de decir que no hay lugar de donde escapar al miedo a la oscuridad y a sus delirios, al punto de que la ciudad puede ser el gran absurdo, el gran miedo. En 17 fantásticos cuentos peruanos, volumen 2, ese miedo existe.
No obstante, también existen cuentos fantásticos poco ortodoxos donde se apela a Dios o los ángeles para conducirnos a la hipótesis de una existencia sobrenatural tras los bastidores de este mundo. El método es antiguo; su novedad radica en que hasta hace poco estuvo en desuso: concebir a la Divinidad como un castigador implacable que subvierte los sentidos y conduce a la locura. Otro método poco conocido, que evoluciona del miedo al monstruo, es el recurso al híbrido o incluso al mutante. Es significativo que alguno de estos mutantes tengan aspectos de personajes de anime y que algún cuento de ángeles presenten secuencias casi  cinematográficas. Lo nuevo es también un compromiso de técnicas y escenografías que nos arrancan del lento y minucioso tránsito de una ciudad típica a lo imposible, y nos yuxtaponen desde un inicio de los relatos el mundo de la cotidianidad y las conjeturas de la paranoia, de la amenaza de imposible, de la presencia sensorial, olfativa, táctil de la monstruosidad en el siglo XXI.
Porque conviene señalar que el género fantástico es un genero de ciudad moderna sin duda. Solo el fantástico puede pensarse desde la experiencia caótica de la ciudad o la experiencia sorprendente de esta. Las consejas de vieja sobre duendes en las minas son esos; consejas, habladurías. No relatos fantásticos. Y, tal como lo muestra 17 fantásticos cuentos peruanos, son relatos de solitarios, de hombres o mujeres solitarias, o con propensión a la soledad y los silencios, o con  propensión a esa forma de silencio que es la marginalidad. Nuestros autores peruanos refuerzan en este espacio la idea de que lo imposible es un atributo de la inspección solitaria de las brechas de la vida cotidiana.
La trama en conjunto del fantástico peruano parece esa: una oscuridad que puede ocultar la zarpa de la bestia fantástica en la mirada de quien anda solo.  Este escenario es el tipo de instante que permite conjurar lo inesperado. Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor han conjugado en el libro que presentamos hoy una muestra no solo válida por su amplitud (en conjunto ya 34 autores peruanos de considerable productividad, cuya vigencia y valor se coteja favorablemente con la crítica actual). Es válida como un permanente resorte por el sobresalto ante la aventura de lo imposible abriéndose paso a cada página del libro en nuestras ciudades, en nuestra condición de lectores abiertos a la trascendencia de la imaginación, a la seriedad con que el género fantástico trata las más oscuras pulsiones humanas. Rimachi y Sotomayor colaboran, así, a romper prejuicios antiguos.


Tomado de LA VIDA EN MARTE


29 julio 2012

Hoy domingo: el libro que todos esperaban (bueno, casi todos)


A fines de la década del 70 el escritor y diplomático Harry Belevan presentó una antología de cuentos fantásticos que llenó un gran vacío en el panorama literario nacional. Casi treinta años después, Gabriel Rimachi Sialer y Carlos Sotomayor presentaron el primer tomo de los “17 fantásticos cuentos peruanos” y el libro se convirtió en un éxito editorial y en una referente imprescindible por la calidad de los textos que seleccionaron.

Tres años después nos entregan el esperado segundo volumen que trae gratas sorpresas, pues rescata nombres, propone nuevas plumas y el resultado es enriquecedor: una amplitud de registros que dejará a más de un lector asombrado y agradecido.

En este volumen participan los escritores Alfredo Castellanos, Fernando Ampuero, Siu Kam Wen, Carlos Herrera, Fernando Iwasaki, Yeniva Fernández, Sandro Bossio, Selenco Vega, Julie De Trazegnies, Alexis Iparraguirre, Carlos Enrique Freyre, Juan Manuel Chávez, Carlos Yushimito, Miguel Ruiz Effio, Katya Adaui, Luis Hernán Castañeda, Jorge Casilla.

La presentación será este domingo 29 de julio de 2012 a las 8:00 p.m. en la Sala Clorinda Matto de Turner, en el marco de la 17 Feria Internacional del Libro. Los comentarios estarán a cargo de los prestigiosos escritores Elton Honores, Alexis Iparraguirre y Juan Manuel Chávez.


18 julio 2012

Empezó la FIL Lima 2012!!!



Estimados amigos lectores, el día de mañana arranca el evento librero más importante del país, y Casatomada no podía perderse de esta fiesta del libro, así que los invitamos a que visiten nuestro Stand (el 74) para que vean todos los títulos que tenemos para ustedes, nacionales e internacionales. La feria está en el Parque de los Próceres, frente al Círculo Militar, a una Cuadra del Rebagliatti, en plena Av. Salaverry: imposible perderse.
¡Empezó la Feria Internacional del Libro! ¡Todos a leer!

El año en que Bolaño perdió la batalla



Estupendo texto de Roberto Careaga para La TERCERA
Sospecho que en 1980 nadie, en Chile y la mitad oeste de Argentina, escribía como yo”, anotaba Roberto Bolaño el 9 de julio de 2002, en un mail para un amigo chileno. Hablaba de Amberes, una novela oscura y experimental que publicaría pocos meses después. La rescataba para ganar tiempo. Tenía algo más importante entre manos:2666. Bolaño llevaba más de un año trabajando casi exclusivamente en esa novela gigantesca que cerraría su obra. Escribía contra el tiempo. Según sus cálculos, pronto saldría de circulación, por varios meses, cuando lo sometieran a un trasplante de hígado. Antes de entrar al quirófano, quería dejar lo más cerca del final el relato sobre los asesinatos en Ciudad Juárez. Casi lo logró. Antes llegó la muerte: un año después Bolaño falleció.

Después de 12 días sedado en la UTI del Hospital Valle de Hebron, de Barcelona, el autor deLos detectives salvajes murió el 15 de julio de 2003. No era un secreto para nadie que partía el escritor más importante de su generación. En parte, su estatus quedó fijado en su último año: alabado por la crítica británica y francesa, en su agenda se acumulaban las invitaciones para ferias de Europa y Latinoamérica; sus pares -Jorge Volpi, Rodrigo Fresán, Iván Thays y otros- lo iban a proclamar, tácitamente, su tótem en un encuentro en Sevilla. Un año público agitado que, en privado, fue mucho más intenso: a la escritura casi febril de 2666 se sumó el quiebre definitivo de su matrimonio y, sobre todo, el avance sin pausa de la enfermedad.
“El otro día, sin ir más lejos, me desmayé en el tren”, le cuenta en un mail a su amigo chileno Andrés Braithwaite, hacia fines de agosto de 2002. Es la cuenta regresiva de su hígado. Enfermo desde inicios de los 90, no fue sino hasta enero de 2002 que Bolaño decidió por fin apuntarse en la lista de espera por un trasplante. En tanto, abandonó el alcohol, cuidó las comidas y escribió, escribió y escribió.

Probablemente después de publicar Los detectives salvajes (1998) empezó a organizar el material de 2666, pero no fue sino hasta abril de 2001 que comenzó a escribirla. Antes ya se había contactado con el periodista mexicano Sergio González Rodríguez, quien le entregaba datos técnicos de los crímenes en Ciudad Juárez. Lo único que desvió su atención fueron los libros Una novelita lumpen Amuleto.
Hubo más cosas: pide a Braithwaite que le envíe Umbral, de Juan Emar, y todos los “incunables de Lihn” que encuentre. No puede evitarlo y, al teléfono desde Blanes, salta a la polémica por el Premio Nacional de Literatura: “Isabel Allende es una escribidora”, dice, pero la prefiere a ella que a Volodia Teitelboim, quien lo ganará. Paralelamente, desde Francia, donde se publican Estrella distanteNocturno de Chile y Amuleto, llegan las primeras sinopsis de su salto al mundo: “Asombroso”, lo llama Le Monde, mientras Libération y Les Inrockuptibles lo toman por el heredero de Borges y Cortázar.

Por esos días, en el verano europeo, Bolaño se queda por las noches con cada vez más frecuencia en su estudio, en la Calle del Loro. No es sólo por la escritura de 2666. La relación con su esposa, Carolina López, está fría. Llevaban un par de años con problemas, pero seguían viviendo juntos. El escritor ya está con Carmen Pérez de Vega, a quien presenta como su “novia”. Necesita una casa y donde primero busca es en Barcelona. Quiere volver a Barcelona. No encuentra nada. Se le cruza la idea de comprar una casa en el campo. Finalmente, es su esposa quien halla lo que busca: un piso en la rambla Joaquím Royra, en Blanes, al que se mudará en febrero de 2003. Solo.
“¡Colédoco maldito!”, solía decir, refiriéndose al conducto de su hígado que cada tres semanas lo obligaba a exámenes y exámenes. En octubre publica Amberes y desiste de venir a la Feria del Libro de Santiago. En diciembre recibe en su casa a su lazarillo en Ciudad Juárez, González Rodríguez. Apenas hablan de 2666, recuerdan el D.F. de los 70. El mexicano, de hecho, le lleva un café de La Habana, la cafetería mexicana favorita del escritor. Es tarde: Bolaño ya no toma café.
En febrero de 2003, poco después de sufrir una hemorragia, Bolaño cruza la frontera y viaja a Londres para lanzar By night in Chile. Es su primera traducción al inglés. De vuelta a España lo esperan exámenes. Le dice a Braithwaite que el trasplante avanza como una crecida del río Biobío. “Menos mal sé nadar”, anota. Poco después, otra hemorragia lo tumba. Toma una decisión radical: suspende la escritura de 2666. “No estoy para hacer el trabajo que exige”, dirá.
Aunque su enfermedad corría como un rumor, sólo el 18 de abril la hace pública en una entrevista. Cuenta del trasplante, del cansancio, los desmayos. No cuenta que pasó la Semana Santa en vela: en un accidente carretero podía estar su hígado. Diez días después cumple 50 años y en esa fiesta no está su esposa, sí Pérez de Vega. Justo antes, en una comida se reencuentra con Enrique Vila-Matas, con quien llevaba tres años distanciado.
El hígado acorrala a Bolaño. Aparecen náuseas. Junio lo pasa entrando y saliendo del hospital, preparándose para el trasplante: está tercero en la lista. Su tipo de sangre, B negativo, es escaso. “Es un tipo de sangre que tienen los que han escrito Los detectives salvajes”, bromea. En Chile, cuenta Marcial Cortés Monroy, un grupo de amigos intenta lo imposible: buscar un órgano para el escritor. Las gestiones llegan hasta el ministro de Salud, Pedro García. Imposible. Viajar está descartado.
Pero viaja: el 25 de junio llega a Sevilla para asistir al I Encuentro de Escritores Latinoamericanos. Le quedan 20 días de vida, pero entre Fresán, Volpi, Thays, Santiago Gamboa y otros se mueve sin pausa y con el humor de ser el protagonista. “Un imprescindible”, fue llamado Bolaño en la cita por todos los presentes, recuerda Thays, que en el día final lo vio pálido y con la mirada perdida.
El lunes 30 de junio va a las oficinas de Anagrama y, de improviso, le entrega a su editor, Jorge Herralde, un disquete con los cuentos de El gaucho insufrible. También anuncia que su proyecto final, 2666, serán cinco novelas independientes. Sólo La parte de los crímenes aún no estaba concluida. Horas después, Bolaño sufrió otra hemorragia. El 1 de julio es hospitalizado. Al tercer día cayó en una nebulosa de sedantes, de la que no regresó. Su nombre figuraba segundo en la lista de espera para el trasplante. Hacía rato estaba a la cabeza de la literatura hispana. Quizás desde 1980, cuando era un “salvaje de verdad” y ya escribía mejor que todos.

06 julio 2012

El rinoceronte de Juan Manuel Chávez


El rinoceronte y los riesgos de su propia maravilla, por Juan Manuel Chávez


Me decidí a escribir este texto sobre rinocerontes, después de escuchar en tres tiendas diferentes una misma forma de decirme que no. No hace falta que un gallo te cante, como a Pedro en los evangelios, para recordar en medio de las negativas que la tercera es la vencida.
   Entré a la segunda tienda de peluches como quien llega a un velorio, sigiloso y tratando de no molestar, consciente de que no encontraría al protagonista que buscaba.
—¿Tiene peluche de rinoceronte?
—De rinoceronte… —piensa la vendedora de la tienda—. De rinoceronte no, pero sí de hipopótamo.
    La misma alternativa me dieron en la primera tienda; también, en la tercera. Felizmente no estaba en una farmacia solicitando inyecciones; me habrían ofrecido supositorios.

   No es que a mi esposa le aloquen los peluches, sino que a mí me gustan mucho los rinocerontes. Y para este texto, indagué un poco más sobre ellos. 
   Por ejemplo, que existen cinco especies, aunque dos se encuentran al borde de la extinción y tres, cada vez más amenazadas. Podría darse el caso de que, en poco tiempo, del rinoceronte solo nos queden las fotografías en hábitat natural, el contado número de ejemplares en cautiverio y las miles de cabezas encornadas que decoran las paredes de los coleccionistas aficionados a la taxidermia. A esos animales silvestres le pasaría lo que ocurre con los peluches: no hay.
   Quizá este pronóstico del ámbito de la zoología es menos desolador que el proyectado para el de la cultura en torno a los idiomas del mundo, ya que un alto porcentaje ha sido declarado en el peligro de extinción. Al cabo de un siglo, de las 6 000 lenguas que existen en la actualidad, puede que desaparezcan la mitad. Para muestra, la Unesco nos recuerda que en Entre Ríos (Argentina), al chaná no le queda más que un hablante. Extremando el hecho, o acaso solamente poniéndolo en perspectiva, pienso en lo trágico que debe ser para aquella persona, último hablante de esa lengua tradicional, portar toda una visión individual y también colectiva del mundo distinta de otras; pero no tener a nadie con quien conversarla o compartirla en su lengua original. Dominar un idioma donde se hacen inútiles las palabras. Incluso, el riesgo en que se encuentran los rinocerontes es uno entre las miles de amenazas a la naturaleza: el peón de un ajedrez donde reinaban los osos panda y se elevan como grandes torres las preocupaciones sobre las ballenas. Y es que, el 25 % de mamíferos está en peligro de extinción; no obstante, me parece que no todos esos otros animales viven del mismo modo desde hace millones de años, como ocurre con los rinocerontes. Su desaparición, más precisamente exterminio, es un zarpazo de ironía: podría borrarse del planeta lo que había sabido permanecer casi intacto.
   La palabra “rinoceronte” proviene de los vocablos griegos rhino (nariz) y kera (cuerno); por lo que significa, literalmente, nariz cornuda por los cuernos en el hocico. Para la Real Academia de Lengua en su Diccionario, el rinoceronte es un: “Mamífero […] con cuerpo muy grueso, patas cortas y terminadas en pies anchos”. Del cuerno o los cuernos, el Diccionario avisa recién en la sexta línea de su entrada; tarde, a destiempo, cuando uno ya se ha imaginado un perro buldog con problemas de retención de líquidos en vez del poderoso animal de complexión algo prehistórica.
   Tres especies poseen dos cuernos y las otros dos, uno —unicornio—. Sus huellas tienen el aspecto de un as de trébol, con grandes dedos aplanados en el extremo que permiten una amplia base para no hundirse en el fango o la arena. A su vez, los especialistas coinciden al afirmar que el rinoceronte tiene el cerebro pequeño para sus dimensiones; es más, la cantidad de tejido olfativo en el hocico lo supera en tamaño. De poderosa constitución, mucho tiene de tanque a pesar de llevar siempre la cabeza baja: distingue sin ambivalencias un aroma de otro pero no le da para recordar el nombre de ninguno. Su sentido olfativo es formidable, aunque su visión es de miope; así, no cuenta con la capacidad de ver en tres dimensiones. No vale la pena pagar una entrada costosa para llevarlo a ver Ávatar cuando se divierte con Los Simpson —ha aparecido dibujado en la serie por lo menos una vez, apagando el fuego a pisotones— o las repeticiones del coyote y el correcaminos que tanto me gustan. El correcaminos… Recuerdo que en las enciclopedias se indica que el rinoceronte no es veloz, casi ni corre; a lo sumo, trota por un breve lapso, como yo cuando me da por lo deportivo. Qué decir, es un animal que me simpatiza: hace de la vida una rutina sin extravagancias.
   Otro aspecto capital en los rinocerontes es su piel: dura y resistente, con un grosor que supera el centímetro y medio. No obstante, puede ser atravesada por cuchillos, lanzas y balas. También se relatan sucesos en que, como una armadura, la piel ha soportado bien esos ataques. Por esto, el rinoceronte tiene fama de imbatible en algunas culturas, pues con un peso que oscila entre los ochocientos kilogramos y las tres toneladas y un tamaño que, en el llamado rinoceronte blanco, se acerca al del elefante, tiene más de coloso que de trofeo. Y lo colosal suele ser un reto para el ser humano; a menudo, para los más envilecidos. Quizá la fama de imbatibilidad engendra una paradoja para el destino de este animal: se lo persigue y caza con saña porque se da por sentado lo difícil que es lograr ese objetivo… Casi todos quieren vencer al puntero de la liga, aunque se pierda cada uno de los demás encuentros.
   Y sí, hay colosos famosos que han sido domeñados; aunque no les haya costado la vida por completo. Rómulo, el rinoceronte blanco del Bioparc de Valencia, en España, vivió 23 años en un ambiente de 18 metros del zoológico de los Jardines de Viveros. Y este pasado le dejó una estereotipia: la costumbre de dar vueltas solamente en círculos, condenado a encorsetar sus días al perímetro que tenía por vivienda. Con el paso del tiempo, formaba ochos en el amplio recinto del Bioparc, que es un zoo de inmersión que se caracteriza por recrear con precisión y mediante vastas extensiones los hábitats naturales.
   De 33 años de edad y nacido en Inglaterra, sospecho que se comunica mejor en valenciano que en inglés o español, pues fue adquirido por el zoológico de los Jardines de Viveros cuando contaba con solo cinco años de edad. Ahora, ya pasó la mitad de su vida y puede que por fin esté listo para ampliar el radio de su existencia y dejar atrás el círculo vicioso que lo condicionaba.
    Notas periodísticas destacan que el enorme Rómulo viene superando la estereotipia, luego de que durante meses y meses le pusieran parte de su comida en lugares que nunca frecuentaba y colocaran obstáculos en el sendero que marcaba sus pasos. Incluso, se puede leer en las notas curiosas de un diario que algunas horas a la semana lo cambian de ambiente para que interactúe con cebras, avestruces y otros rinocerontes, cerca de una charca fangosa donde resuella a sus anchas. Por lo menos, se anuncia que ya hace contacto visual con las hembras de su especie. Supongo que pronto las invitará a un juego de naipes; nadie le gana a Rómulo en “ocho locos”.
   Ver a Rómulo en el Bioparc no da tristeza, saca una sonrisa. Parece un animal al que se le está reconciliando la existencia.
    Los especialistas sostienen que, en general, los machos adultos tienden a ser silenciosos, solitarios y territoriales. Raras veces forman grupos de una decena o más individuos; de hacerlo, lo hacen en la juventud. Incluso, se dice que suelen tener mal genio: los machos se enfrentan con otro que invade su territorio, aunque solo con embestidas ciegas que pretenden ahuyentar al intruso. Nada que ver con la furia escarlata de un toro y sus acometidas. Se enfrentan como pueden pelear dos contadores de traje, corbata y chaleco en plena oficina: más amagos que violencia. Los rinocerontes aprietan y aprietan los cuernos uno contra otro, hasta que alguno se rinde luego de la repetición sin cesar de los mismos gestos. Hay algunos que cruzan cuernos como espadachines e, incluso, intentan alguna cornada. El Diccionario termina por dibujarlo, coherentemente, a partir de su dieta y su carácter: se “alimenta de vegetales, prefiere los lugares cenagosos y es fiero cuando lo irritan”.
    Pero su furor tampoco lo salva de los riesgos de la extinción, a pesar de una milenaria historia natural.
    Se han encontrado en el norte de América fósiles de Hyrachyus eximus, pequeño antecesor sin cuerno que parece tanto un tapir como un caballo. También existió, a principios del Mioceno, una especie de gran tamaño que pesaba más de veinte toneladas y medía más de cinco o seis metros de altura, de acuerdo con algunos especialistas.
    Se plantea que el rinoceronte primitivo es el mamífero de mayor tamaño que jamás existió. Cabe la posibilidad de que, en varias décadas o pocos siglos, la palabra “jamás” extienda su aplicabilidad más allá de la especulación paleontológica y refiera las consecuencias de las carnicerías del presente.
    Un ancestro posterior presentaba adaptaciones para la velocidad. Y otro, lanudo y ya extinto, apareció en China hace un millón de años. Más atrás, hace quince o veinte millones de años surgió el género de los Dicerorhinus, cuyo único representante vivo es el rinoceronte de Sumatra. Y hay rinocerontes en Sumatra, Pakistán, Birmania…
    La figura del rinoceronte se halla pintada en cuevas prehistóricas de Libia y Marruecos; también existe un mosaico romano en Sicilia, donde se representa al rinoceronte. Podría decirse que más de la mitad del mundo, de ayer u hoy, no le es ajeno.
    En 1515, Durero hizo un grabado que no es una copia fiel del animal original —nunca en su vida vio uno—, pero en cierto modo es su mejor emblema. También es famoso el acorazado y algo granulado del artista Salvador Dalí. Y cómo olvidar la pieza de Ionesco: El rinoceronte (“Me parece… sí… era un rinoceronte… ¡Qué polvo levanta!”, dice el personaje de Berenguer al de Juan). O el de Juan José Arreola, con el cuento homónimo (“Diez años luché cuerpo a cuerpo con el rinoceronte, y mi único triunfo consistió en arrastrarlo al divorcio”, dice la exesposa del juez McBride).
    Se encuentra plenamente instalado en el arte; pero en la realidad, la existencia del rinoceronte ya no es segura. Si a fines del siglo XIX un solo maharajá mató a más doscientos ejemplares, hoy la caza indiscriminada lleva la cifra a los millares.
    La razón principal para la cacería de rinocerontes son sus cuernos, ese valorado trofeo que tanto se vincula con la medicina tradicional, el atavío, la alquimia y la sexualidad. Duro como un hueso aunque sin ningún tipo de inserción en el cráneo, el cuerno del rinoceronte es de queratina —sustancia que también forma los pelos y uñas del resto de mamíferos—, sin núcleo de hueso. En la visión asiática, los cuernos tienen propiedades curatorias; por ejemplo, se piensa que es muy útil para hacerle frente a las fiebres y convulsiones. Es decir, el cuerno ha sido usado durante siglos para salvar vidas. O, mejor dicho, la vida del animal por la presunta salud de un humano; un asunto de canje, ya que se mata al coloso para luego cortarle su estilete natural. Puesto en kilogramos, el cuerno de un rinoceronte tiene un mayor costo que el oro en el mercado negro; sin embargo, sus cazadores no piensan que vale más.
     Al cuerno de rinoceronte no solo se le atribuyen valores curativos que contradicen la perspectiva científica; también se usa en Oriente Medio con fines ornamentales para mangos de dagas y joyas, incluso como amuletos contra la mala suerte, en las lindes de la más perversa aprensión cósmica. A su vez, sus cultores creen que el cuerno del rinoceronte posee facultades afrodisiacas.
     En un documento, quizá espurio, leí que una vez se halló un rinoceronte con un cuerno de 1,58 m de extensión. Y esto es bastante, sobre todo para el hombre, que nunca le ha dejado de prestar atención a las dimensiones: basta con observar las competencias urbanas por construir el edificio de mayor altitud u otras comparaciones más pedestres y adolescentes.
    La expectativa afrodisiaca nos ancla en la fantasía del unicornio, nos traslada al tiempo medieval de los alquimistas y las aspiraciones mágicas. Me da por ficcionar, pues seguramente así se consigna en algún libro, cómo habrá sido el impacto de los primeros viajeros portugueses u holandeses del siglo XV en el África, cuando vieron por primera vez un rinoceronte: animal de cuatro patas y con un cuerno (o dos). “Pero no parece un caballo, ni tiene crin y es más negro que blanco”, habrá dicho alguno, escéptico, ante esa bestia que el resto de aventureros quería identificar con la encarnación de la mitología. Se han cazado rinocerontes por capturar al unicornio. 
    Pobre animal, fue perseguido, sometido y aniquilado porque simplemente no se parecía tanto a algo que la humanidad se imaginó.
    Pero las matanzas actuales no son hechos imaginados sino carnicerías reales, documentadas, crecientes. Y a tal punto que, se firman tratados con posturas intermedias, pues no se ha conquistado el imperio de las ideas para reencaminar las expectativas de curación y las tradiciones asentadas. Con el tratado CITES(1) que ha suscrito China, se pretende prevenir la caza furtiva y limitar el comercio ilegal en ese país: se anestesia a los animales y se les corta el cuerno de forma regular. Se hace del rinoceronte una lagartija que pierde la cola. No, de hecho es mucho peor.
     Quizá el riesgo en que se encuentra el rinoceronte negro, en especial, no es tan alarmante como la desaparición de la mitad de las lenguas del mundo en el siguiente siglo; pero algo de tragedia irónica hay en que con su fin también pueda eclipsarse el conocimiento sobre su atractivo modo de comunicación, sustentado en variedad de sonidos y en diez vocalizaciones distintas, entre resoplidos, resuellos, chillidos, rugidos. No se ha investigado lo suficiente sobre cómo hacen contacto o se cortejan, pero sí se han perfeccionado los medios para aniquilarlo y se han aceitado los engranajes políticos que facilitan la comercialización de sus partes.
    Por lo general, el rinoceronte no tiene depredadores naturales, salvo en sus primeros años, muy pequeños, en que son presas fáciles de leones, hienas y cocodrilos. Su mayor amenaza es el ser humano, que lo rodea para cazarlo, luego de haber corrompido con grandes sumas de dinero a las autoridades que han ratificado acuerdos para protegerlos. Ni siquiera los cercos eléctricos puestos en las zonas de seguridad los deja a salvo de los cazadores que se les acercan con armas de fuego: muere uno al día por estas causas, solamente en Sudáfrica, según las informaciones de prensa. Así, en la actualidad, un millar de soldados patrullan los parques nacionales de Kaziranga y Chitwan para impedir la caza y el comercio de cuernos… Humanos armados para defender de otros humanos armados y más desalmados a animales con armadura de piel. Una lucha de bestias.
     En India, Malasia y Birmania se cuenta que los rinocerontes apagan el fuego a pisotones, como bomberos de lo rústico. Pero hay fuegos diversos, que no se extinguen con solo una acción, sino con múltiples, rotundas e incluso globales. El fuego que aviva la ignorancia y una tradición malsana que pretende curar cuando lo que hace es matar, el fuego que enardece el tráfico sangriento y el lucro especulador; estos no podrán ser apagados por este mamífero y su costumbre legendaria. Toca ir más allá de las medidas tibias y las políticas negociadas o conservadoras.
     En algunos países están buscando mejorar el rendimiento reproductivo del rinoceronte, pues solamente nace una cría por parto: se estimula el nacimiento de más, para compensar los que se han ido matando. Tamaña medida, en principio, implica generar mayor número de ejemplares para proseguir con el exterminio y la comercialización.
     Puede que la siguiente vez que pregunte por un rinoceronte, ya no lo haga en una tienda de peluches sino en una reserva natural o en un zoológico. Y, quizá, trágicamente, cuando consulte sobre si quedan todavía, muchos me respondan con una escandalosa franqueza: “Ya no hay rinocerontes, ni uno; pero pierda cuidado, hay hipopótamos”.
    Es probable que mañana digamos una similar barrabasada en torno a la lengua chaná que sobrevive en Entre Ríos: “no hay problema por su pérdida, al fin y al cabo tenemos al español para comunicarnos”. Como si la vida, de una lengua o un animal, de una cultura y sus seres, fuera prescindible, sustituible. Lo único es único porque, simplemente, desparecido no asoma más; como el rinoceronte que hoy mataron en Sudáfrica.

Juan Manuel Chávez
Lima, EdM, Junio 2012

(1) CITES: Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora silvestres (aprobada en 1973 y convertida en ley internacional al año siguiente). A la fecha, ha sido ratificada por más de 150 gobiernos y ofrece protección a más 35 000 especies de animales y plantas.