23 abril 2012

¡Feliz día del libro!


Llegamos al mes de abril sin fin del mundo ni terremoto aparente, y por eso mismo qué mejor forma de celebrar el día del libro, que leyendo. Esperamos que disfruten esta joyita del cuento peruano, que compartimos a manera de regalo entre todos los lectores que nos visitan, y, parafraseando a Oquendo de Amat: lea como quien pela una fruta...


García Márquez y yo
Jorge Ninapayta

Extraños fueron los caminos que me llevaron hacia la gloria. Ahora que repaso mi vida puedo apreciarlo con claridad. El día que yo cumplía veintitrés años, en un bar del Callao, una gitana circunspecta y de carnes enjutas me leyó la suerte en las cartas. Luego, con tono solemne, me dijo que yo haría algo muy importante en la vida; “algo grandioso”, fueron sus palabras.
La verdad, no fue una gran sorpresa para mí, porque siempre estuve convencido de ello. Aunque pensaba que no era necesario ejecutar algo desmesurado; un aporte a la Historia, por pequeño que sea, es un logro notable. Y mientras llegaba el momento esperado, me desempeñaba como corrector de textos en una editorial de libros de teología.
Cuatro años después, partí del Callao en un barco carguero que me llevó por varios puertos de Sudamérica. Así inicié un periplo que duró más de diez años. Me ganaba la vida corrigiendo textos. Lugar a donde llegaba, averiguaba sobre las editoriales o los diarios más conocidos y allá iba a ofrecer mis servicios.
La corrección de textos es un oficio mal reconocido. Y no es una tarea fácil, aunque muchos la consideren una ocupación ancilar y de poco fuste. En este trabajo hay que dominar no sólo la ortografía, la gramática, la sinonimia; también el ritmo y la cadencia de las frases. Muchas veces, incluso, hay que adivinar lo que el autor quiso decir. La experiencia brinda destreza al buen corrector; con los años, basta una rápida ojeada a las primeras frases de un texto para medir la calidad de su autor, para saber si estamos ante un profesional de la pluma o ante un pelmazo que ensarta palabras.
El año más importante de mi vida fue 1967, que me halló viviendo en Buenos Aires. Trabajaba corrigiendo libros técnicos, boletines, algunos volúmenes de cuentos, en una editorial de cierta importancia, luego de haberme rebajado a fungir de ayudante de cocina en un restaurante japonés. No pasaba nada especial en mi vida, y ya empezaba a dudar de mí mismo. Hasta que cuatro meses y medio después de haber entrado a esa editorial, llegó a mis manos un texto grueso en un sobre manila. Era una novela, me dijeron, a la cual debía hacerle la corrección. "Apúrate, el editor quiere entrar a imprenta dentro de una semana".
Es lo usual en todas partes: los editores siempre andan apurados y quieren que uno también se apresure a último momento, cuando ellos han perdido tiempo valioso sacando cuentas sobre costos de producción y esas banalidades.
Hojeé sin ganas las páginas, esperando encontrarme con algún farragoso texto de estilo regionalista y temática sollozante, de los que aún sobrevivían por esos años. Pero sucedió algo inesperado; desde las primeras páginas de esa novela quedé sacudido. Yo había leído antes algo de ese autor, unos cuentos, creo; pero esa novela, que en la primera página anunciaba Cien años de soledad, era, definitivamente, una obra notable y original.
Me entretuve más de la cuenta repasando con delectación cada capítulo, cada párrafo, cada línea. Cada frase llamaba a la siguiente con naturalidad, engarzándose como en una gran joya de finos arabescos, y la historia avanzaba envolviéndome en su universo de maravilla. No le hallaba error de ninguna clase, ni siquiera alguna mácula ortográfica.
Mi labor, esa vez, se redujo sólo a cotejar el original con el texto que iría a imprenta, a identificar las faltas de la digitadora. Sin embargo, parecía que hasta ella, una gorda mendocina que solía resollar mientras aporreaba las teclas, se había contagiado de esta voluntad de perfección y había olvidado sus frecuentes errores. Y mientras realizaba mi labor, pensaba que algo así, precisamente así, me hubiera gustado escribir. Y me acordé de lo que me dijera la gitana.
Yo avanzaba la lectura de la novela sin hallar ninguna falta. Cada hoja revisada la ponía sobre una bandeja, de donde era llevada por un empleado al editor. Hasta que, un poco después de la mitad, hallé algo que me sobresaltó: un vocativo sin su coma. En un diálogo, el coronel Aureliano Buendía era llamado por uno de sus lugartenientes, y el nombre aparecía sin la coma de rigor. Pensé que debía ser descuido de la digitadora, no podía haber otra razón. Pero cuando revisé el original, fue mayúscula mi sorpresa al comprobar que allí tampoco aparecía la necesaria virgulilla. El autor, el maestro, se había equivocado. ¿Era posible? Quizá de tanto revisar y rehacer las frases. A veces sucede.
Que Dios me perdone, pero confieso que me alegré de esa circunstancia, pues para entonces estaba convencido de que esa novela haría historia. Claramente sentí en ese instante que una voz me llamaba desde arriba y, con tono exhortativo, me indicaba que había llegado el momento. Mi momento.
Volví a mirar el vocativo, que parecía como abandonado, inerme, sin su coma. Y, entonces, ya no me quedaba más que cumplir con mi labor, hacer mi aporte. Así es que tomé mi gruesa pluma de tinta líquida, tratando de sortear un temblor que al inicio amenazó con debilitar mi mano, inspiré larga y lentamente, calculé la distancia, la presión necesaria, y esta vez con mano segura y pulso firme puse la coma: un punto grueso con una colita hacia abajo, como mandan los cánones, tanto en la versión de la digitadora como en la del autor. Eso fue todo. Eso fue suficiente.
El resto es historia. La novela prácticamente instauró una nueva manera de narrar, se realizaron varias ediciones de ella y se vendieron millones de ejemplares. Yo permanecí en Buenos Aires sólo hasta la tercera edición. Volví al Callao, donde ingresé como corrector en una dependencia del Ministerio de Educación. Me casé, tuve tres hijos, fui feliz: ya nada importante. Años más tarde me jubilé.
Mi vida después ha consistido en mantenerme atento al derrotero editorial de la obra. En cuanto una nueva edición llegaba a librerías, corría a conseguir un ejemplar, un poco para hacerle honor a la novela, pero sobre todo para verificar la presencia de mi coma, si es que continuaba allí. Y, por supuesto, allí estaba, bien afincada, cumpliendo su función cabal, y hasta me parecía que resaltaba más que los otros signos cercanos.
Ahora que mi modesta pensión de jubilado no me permite comprar las nuevas ediciones –algunas notablemente lujosas–, solamente puedo dedicarme a admirarlas. Entro en esos elegantes recintos de libros del centro, sorteo al vendedor que me mira con gesto despreciativo, ubico la nueva edición, llego hasta la página indicada –que varía según la editorial y las picas– y veo mi coma. Y cuando leo el párrafo pertinente y recuerdo todo el reconocimiento que ha obtenido la obra, que ha contribuido a ganar el Nobel para su autor, yo también siento orgullo y se me hincha el pecho de emoción. En esos instantes percibo claramente cómo el aliento de la gloria me roza la cara y revuelve mis cabellos canos, y me siento orgulloso –muy orgulloso– por esa novela que hace mucho, en un tiempo ya lejano, escribimos García Márquez y yo.


Jorge Ninapayta de la Rosa | Nasca, 1957 | Ha realizado estudios de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Sus cuentos, aparecidos en revistas y antologías, han merecido diversas distinciones: Premio Juan Rulfo, París 1998; Primer Puesto en El Cuento de las 1000 Palabras 1994, de la revista Caretas; Premio Julio Ramón Ribeyro 1998; Premio Juegos Florales 1992 de la Pontificia Universidad Católica del Perú; Premio Jorge Luis Borges 1987. Es autor del libro de cuentos Muñequita linda. En la actualidad reside en Nueva York.

21 abril 2012

Jerónimo Centurión sobre "Los hijos de Eva"



(Diario 16 / Abril 15, 2012). Durante los cinco años que estudió en la universidad, Verónica Chú Saavedra fue la primera de su clase. La más ordenada, la más responsable y la más seria. Cuando culminó esta etapa de su vida trabajó en algunos medios de prensa, pero sintió que estos formatos le quedaban chicos. No solo a nivel de fondo, sino también de forma.
El inacabable acceso a internet le permitió desarrollar un interés creciente por lo que ocurría en el mundo y establecer amistades virtuales con periodistas extranjeros. Así conoció a un periodista iraquí, “quien me contaba los pormenores de su sufrimiento tras vivir en un país invadido. Sin embargo, la comunicación con él se cortó intempestivamente y ese fue el detonante, mi aliciente para escribir lo que sentía, para exponer mi reacción, mi rechazo, mi denuncia personal”, explicó Chú Saavedra.
Ese fue el inicio de una larga, sacrificada y riesgosa aventura: escribir su primer libro, su primera novela. Le tomó ocho años terminarla. Ocho años en los que investigó a profundidad la perspectiva iraquí, su religión, sus costumbres, su cosmovisión, su forma de entender la vida y también la muerte. Durante este tiempo la vida de Verónica sufrió una interesante transformación. Su percepción de la realidad, de la cotidianeidad, de las noticias que como periodista cubría, terminaban en su cabeza, relacionadas con lo que ocurría en Irak.


No podía dejar de comparar, de contrastar, y esto le sirvió para mirar con otros ojos aquello que para nosotros puede ser simple rutina. La dualidad, sin emb a rg o, desaparecía de noche. Cuando sus personajes, dos periodistas sudamericanos encargados de cubrir la invasión a Irak, hablaban por ella, descubrían este nuevo mundo y se llenaban de información e interrogantes que, como Verónica, les era imposible de transmitir mediante sus respectivos reportes.
La novela muestra las complejas consecuencias derivadas de esta guerra, tanto para la población iraquí como para los extraviados invasores y, sobre todo, para los periodistas latinos, para quienes esta cobertura implica un intenso proceso de aprendizaje y de reflexión con respecto a sus vidas, su forma de entender la muerte, el paso del tiempo, la religión, la familia, el trabajo.
Con Los hijos de Eva, su primera novela, Verónica nos lleva a practicar la empatía de varias formas. No únicamente porque la historia es narrada desde múltiples y opuestas perspectivas, sino también porque los temas sobre los que posan la mirada sus personajes van desde Alá, la política, la vida y la muerte, hasta episodios simples y cotidianos.
Una cruda realidad como la guerra vista desde la ficción a través de periodistas que, pese a su rigor, siguen siendo personajes de novela. Una novela honesta que nos lleva a reflexionar, precisamente, sobre los límites de la verdad y la mentira, la realidad y la fantasía, en tiempos donde todo parece estar fusionado.

LA NOTA COMPLETA AQUI.


16 abril 2012

Transversario, de Manuel Capella, este jueves 19 en Guayaquil.



Este jueves 19 de abril a las 19h00 en la Casa De La Cultura Núcleo del Guayas, la editorial peruana Casatomada (que ya editara en 2011 “Balas perdidas” de la escritora Solange Rodríguez Pappe) presentará la primera edición lírica del poeta guayaquileño Manuel Capella titulada: TransversariO.
Los comentarios estarán a cargo de los reconocidos poetas Fernando Cazón y Rafael Montalbán. La ceremonia contará además con la intervención musical del guitarrista Cristian Robinson.
Hora Exacta
El ingreso es libre.


Miércoles 18, presentación de DESASOSIEGOS MENORES, en Bogotá.




Este miércoles 18 de abril Editorial Casatomada presentará en la ciudad de Bogotá la edición peruana del libro de cuentos "Desasosiegos menores" (Casatomada 2011), del escritor colombiano Andrés Mauricio Muñoz. La ceremonia se llevará a cabo en la Biblioteca "Los Fundadores del Gimnasio Moderno" a las 7 PM. (Carrera 9 No 74-99, Bogotá).
Los comentarios estarán a cargo de Carlos Castillo, escritor, poeta y director del Taller de Cuento Ciudad de Bogotá.
A los amigos colombianos los esperamos para celebrar esta nueva entrega y brindar por las letras y esta nueva entrega de Andrés Mauricio, premiada como la mejor edición publicada en 2011, y cuyo autor está seleccionado entre los mejores escritores de su generación.



Mayor info sobre el libro y el autor + un fragmento de uno de sus cuentos en este enlace CLICK.



08 abril 2012

Los hijos de Eva, en SOMOS (El Comercio)

En la revista SOMOS del diario El Comercio del pasado sábado 07 de abril, comentaron la novela de Verónica Chu, "Los hijos de Eva", editada en esta casa editorial. 
Ambientada en la guerra de Irak de 2003, Los hijos de Eva articula hechos reales que conmovieron al mundo -como el saqueo al Museo Nacional de Irak, el incendio de la Biblioteca, las consecuencias de la utilización de armas químicas o la muerte de periodistas bajo el "fuego protector" -con la historia de dos periodistas latinos que son secuestrados y cuya vida en el frente trastoca por completo su forma de ver la vida, su condición "humana".
Narrada con un lenguaje claro y dinámico, esta historia resulta tan terrible como conmovedora; por ello es que esta novela se convierte en el referente inmediato de una poca terrible en la que el ser humano lucha por encontrarse a sí mismo a pesar de sus creencias y religiones, en tiempos donde la fe no se pierde a pesar del fragor de la batalla.
Los hijos de Eva dejará más de una huella entre sus lectores: ha sido escrita para habitar y sacudir nuestros temores más humanos, y eso es algo que solo logran las grandes historias.




Click en la imagen para agradar y CLIK AQUI para saber más de la autora y leer un fragmento de la novela.





Nilton Santiago obtiene el prestigioso José Hierro de poesía.



Madrid. EFE./ El poeta peruano Nilton Santiago obtuvo el II premio de Poesía Joven de la Fundación Centro de Poesía José Hierro por su libro La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad. El jurado destacó la ambición artística y el carácter sincrético de este libro, que recoge de manera equilibrada la herencia de tradiciones muy diversas.
“Acento visionario, crítica social y culturalismo se reúnen en un verso de amplio aliento, casi versicular, que acuña una visión personal del mundo con una voz propia capaz de conmover y de sorprender a los lectores”, palabras del jurado.


XXVIII (Fragmento)

Yo no sé si he muerto
O ha muerto el animal silencioso
Que por las mañanas acariciaba las estrellas
Antes de ponerse los zapatos o los ojos
Tal vez he muerto yo
Saberlo no es importante
Tal vez nunca he vivido como dice mi corazón
Ya que a veces cuando estoy triste
El cielo que se esconde
Bajo mi cama
Se pega a las paredes
Y a mi ombligo
Metiéndose en mi vientre
Y en mis bolsillos, entonces
Empieza a llover
En este cuerpo
En esta habitación
Que también es un animal muerto
O en estos dedos, en esta boca
Que solo es una boca
Y se me hace difícil dormir echado
Entonces me quito la ropa
Y la empiezo a besar como si fuera mi cadáver
Y viviese dentro de la lluvia
Donde permanece aún ese primer hombre que te vio
Y acarició tus huesos
Con la ternura de un animal
Que acaba de nacer
Hablándote de lo triste y de lo bello
Que es esconder un unicornio dentro de un árbol de mil años
Y jugar a oírlo hablar
Y luego te miraba
Y me mirabas
Y sonreíamos
Y llorábamos en el fondo



07 abril 2012

Siu Kam Wen entrevistado


Siu Kam Wen, escritor de culto y autor de "El tramo final", "La última espada del imperio", "La vida no es una tómbola", "El furor de mis ardores", entre otras (y que pronto llegará a Lima para presentar su biografía novelada "El verano largo" editada por Casatomada), es entrevistado para Facetas sobre sus libros, los amigos y el amor.

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¿EN TU NOVELA ‘LA VIDA NO ES UNA TÓMBOLA’ EL PERSONAJE DE HÉCTOR NO ESTÁ COMETIENDO DOBLE PARRICIDIO, ES DECIR, AL MATAR AL PADRE Y A LA VEZ A LA HERENCIA DE TODA UNA INMIGRACIÓN CHINA EN AMÉRICA LATINA AL NO QUERER SER UN TENDERO? 

Yo no usaría una palabra tan fuerte y radical como ‘parricidio’, pero es cierto, con su negativa a seguir la vida de un tendero Héctor estaba subvirtiendo tanto la autoridad paterna como la tradición china, que es muy pragmática y estrangula todo idealismo. La educación confucionista que supuestamente recibió Héctor, con su insistencia en el amor filial, en la obediencia a los padres y en los valores del pasado, era también sumamente asfixiante para alguien que había sido trasplantado del Oriente al Occidente, y conocía por primera vez lo que son la libertad y la modernidad. Entonces, tuvo que rebelarse para poder salir adelante. 

HÉCTOR HABRÍA QUERIDO SER PROFESOR DE FILOSOFÍA, PERO TERMINA ESTUDIANDO CONTABILIDAD PORQUE NO HUBIERA SOPORTADO LAS BURLAS DE SUS ESTUDIANTES POR SU LLAMADO ACENTO CHINO... 

Las barreras existen sólo para los chinos de primera generación, no así para sus descendientes, la mayoría de los cuales han sabido integrarse muy bien a la sociedad peruana. Héctor es mi álter ego en la novela, y su temor y sus problemas idiomáticos reflejan los míos. Aún hoy, soy muy renuente a hablar en público o por teléfono, ya que aunque domino casi perfectamente el español escrito, cuando hablo no me dejo entender con igual facilidad. Eso me ha hecho sentirme acomplejado. 

¿QUÉ SIGNIFICA PARA TI, UN CHINO DE PRIMERA GENERACIÓN, ESCRIBIR EN ESPAÑOL? ¿HAS INTENTADO HACERLO EN CANTONÉS O EN MANDARÍN? 

Comencé a escribir ficción a los diez años, pero en chino. Sólo a partir de los 29 decidí hacerlo en español. En esa época el panorama literario de los chinos en Perú era desolado; no había poetas ni novelistas; y se me ocurrió que si los de segunda o tercera generación no estaban dispuestos a asumir ese reto, lo haría yo. Fue una actitud un poco arrogante pero dio resultado. Por supuesto, antes de poder tomar la pluma y sentarme a escribir mi primer cuento en español, tuve que pasar por un largo y penoso proceso de aprendizaje del idioma. Yo no aprendí el español en la forma ortodoxa que conocemos, en la calle y en el colegio, sino haciendo traducciones de textos clásicos, del español al chino y viceversa, durante mis vacaciones de verano. Eso fue entre las edades de once y dieciséis. Cuando ingresé a un colegio nacional a los diecisiete, ya podía expresarme literariamente en español. 

LOS DE LA COMUNIDAD CHINA EN PANAMÁ AFIRMAN QUE LO ÚNICO QUE FALTA ES QUE EL PRESIDENTE DEL PAÍS SEA DE ORIGEN CHINO... 

Debido al impedimento del lenguaje, los primeros chinos que vinieron a América Latina no pudieron avanzar más allá de la tienda, pero los de segunda generación ya no se vieron limitados en su ascenso social o progreso personal. En Perú, también nos falta sólo un presidente de origen chino; primer ministro ya tuvimos uno. Comparado con los inmigrantes chinos que me precedieron, fui muy afortunado, ya que al momento en que inicié mi aprendizaje del español. Se acababa de publicar un excelente diccionario español-chino; antes hubo sólo uno muy rudimentario e incompleto. 

¿LA TIENDA DE LOS CHINOS NO SERÁ TAMBIÉN UN LUGAR DE SOCIALIZACIÓN E INTERCAMBIO HUMANO, DE APRENDIZAJE Y DE CONVIVENCIA HUMANA? 

La tienda fue para mí, sobretodo, un lugar de aprendizaje. Desde detrás de sus mostradores pude observar a la multifacética vida humana desfilar delante de mí; y el hecho de que la tienda estuviera localizada en un barrio obrero ayudó aún más, pues llegué a conocer a la gente más pobre e incluso al lumpen. Ese contacto directo con la vida del hombre común fue la mejor educación sentimental que pudo haber recibido alguien que estaba destinado a ser un escritor algún día. 

¿NO SIENTES NOSTALGIA DE PERÚ EN EL AGRADABLE CLIMA HAWAIANO DONDE VIVES DESDE HACE VEINTE AÑOS? 

Sí. Echo de menos su comida, los amigos y la amada que he dejado atrás, y el hecho de poder hablar castellano todos los días. Lo que no extraño, eso sí, es el clima árido y el cielo siempre encapotado de Lima, la capital. 


ENTREVISTA COMPLETA AQUI



Limanerías en "Caretas"

Nuestro crédito nacional, Juan Manuel Chávez, autor del ensayo "Limanerías", recomendado por la prestigiosa revista peruana Caretas.
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