12 junio 2012

Taller gratuito de poesía con Sandro Chiri



  • Las inscripciones estarán abiertas hasta el 19 de junio. Hay 20 vacantes.

La Casa de la Literatura Peruana, con el fin de promover e incentivar la creación literaria, ha organizado un Taller de Poesía a cargo de Sandro Chiri Jaime. Las sesiones se desarrollarán en nuestras instalaciones (Jr. Ancash 207, Lima) los días sábado 23 y 30 de junio, y sábado 7 y 14 de julio, de 10:30 a.m. a 12:30 p.m.

El taller está dirigido a aquellas personas que se dedican de manera aficionada o profesional a la poesía.

Durante las sesiones se revisará de manera crítica y creativa la tradición poética y se proporcionará a los asistentes las técnicas y herramientas utilizadas para construir textos poéticos. Las inscripciones son gratuitas y podrán realizarse hasta el 19 de junio, en la Casa de la Literatura Peruana, de lunes a viernes de 10 a.m. a 1 p.m. y de 3 p.m. a 5 p.m. Hay 20 vacantes.

Las personas que deseen obtener un certificado de participación deberán cancelar un monto de S/.20. Para mayor información puede comunicarse al teléfono: 426 2573 anexo 104 o escribir al e-mail: ropube.11@gmail.com.

Sandro Chiri Jaime es doctor en Literatura Hispanoamericana por Temple University (Philadelphia). Dirigió durante años el tradicional Taller de Poesía de la Facultad de Letras de la Universidad San Marcos, junto a Pablo Guevara. Es autor de cuatro poemarios y su producción lírica lo ubica entre los poetas peruanos más representativos de la Generación del 80. Chiri fundó y dirigió la revista literaria La Casa de Cartón, donde la poesía siempre tuvo un lugar protagónico. Su interés por estudiar la obra de vates peruanos lo llevaron a dedicar números monográficos de su revista a poetas canónicos de nuestro país. Actualmente ejerce la docencia universitaria.


11 junio 2012

Crónicas Marcianas. Prólogo de Jorge Luis Borges


Jorge Luis Borges 


En el segundo siglo de nuestra era, Luciano de Samosata compuso una Historia verídica, que encierra, entre otras maravillas, una descripción de los selenitas, que (según el verídico historiador) hilan y cardan los metales y el vidrio, se quitan y se ponen los Ojos, beben zumo de aire o aire exprimido; a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos; en el siglo XVII, Kepler redactó un Somnium Astronomicum, que finge ser la  transcripción de un libro leído en un sueño, cuyas páginas prolijamente revelan la conformación y los hábitos de las serpientes de la Luna, que durante los ardores del día se guarecen en profundas cavernas y salen al atardecer. Entre el primero y el segundo de estos viajes imaginarios hay mil trescientos años y entre el segundo, y el tercero, unos den; los dos primeros son, sin embargo, invenciones irresponsables y libres y el tercero está como entorpecido por un afán de verosimilitud. La razón es rara. Para Ludano y para Ariosto, un viaje a la Luna era símbolo o arquetipo de lo imposible, como los cisnes de plumaje negro para el latino; para Kepler, ya era una posibilidad, como para nosotros. ¿No publicó por aquellos años John Wilkins, inventor de una lengua universal, su Descubrimiento de un Mundo en la Luna, discurso tendiente a demostrar que puede haber otro Mundo habitable en aquel Planeta, con un apéndice titulado Discurso sobre la posibilidad de una travesía? En las Noches áticas de Aulo Gelio se lee que Arquitas el pitagórico fabricó una paloma de madera que andaba por el aire; Wilkins predice que un de mecanismo análogo o parecido nos llevará, algún día, a la Luna.


Ray Bradbury


Por su carácter de anticipación de un porvenir posible o probable, el Somnium Astronomicum prefigura, si no me equivoco, el nuevo género narrativo que los americanos del Norte denominan science-fiction o scientifiction (1) y del que son admirable ejemplo estas Crónicas.
Su tema es la conquista y colonización del planeta. Esta ardua empresa de los hombres futuros parece destinada a la época, pero Ray Bradbury ha preferido (sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo -que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena-.
Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado -el dark backward and abysm of Time del verso de Shakespeare-. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.
¿Qué ha hecho este hombre de Illinois me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad?
¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo "fantástico" o a lo "real", a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o novelería, de la science fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street.




Acaso La tercera expedición es la historia más alarmante de este volumen. Su horror (sospecho) es metafísico; la incertidumbre sobre la identidad de los huéspedes del capitán John Black insinúa incómodamente que tampoco sabemos quiénes somos ni cómo es, para Dios, nuestra cara. Quiero asimismo destacar el episodio titulado El marciano, que encierra una patética variación del mito de Proteo.
Hacia 1909 leí, con fascinada angustia, en el crepúsculo de una casa grande que ya no existe, Los primeros hombres en la Luna, de Wells. Por virtud de estas Crónicas de concepción y ejecución muy diversa, me ha sido dado revivir, en los últimos días del otoño de 1954, aquellos deleitables terrores.
1. Sciencefiction es un monstruo verbal en que se emalgaman el adjetivo scientific y el nombre sustantivo fiction. Jocosamente, el idioma español suele recurrir a formaciones análogas; Marcelo del Mazo habló de las orquestas de gríngaros (gringos + zíngaros) y Paul Groussac de las japonecedades que obstruían el museo de los Goncourt.
Crónicas Marcianas
Ray Bradbury



07 junio 2012

10 Consejos de Ray Bradbury para escribir bien (1920 - 2012)



Leamos la frase. Es de Ray Bradbury (IllinoisEstados Unidos, 1920), autor deCrónicas Marcianas. Dice así: “Si uno escribe sin garra, sin entusiasmos, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias”. 

Con esta sentencia, Bradbury entierra la imagen romántica del escritor triste, bohemio y que sufre mientras pare su novela, relato o poema. El creador de Fahrenheit 451 así lo narra en su ensayo Zen en el Arte de Escribir, libro en el que aconseja no estar tan ocupado “en el mercado comercial” o en las tendencias “de vanguardia” y sí inmerso en nuestra experiencia vital, recuerdos o anécdotas cotidianas.  

Sentimientos del personaje 
En este libro, el escritor estadounidense apuesta por una escritura similar a un parte meteorológico. Su metáfora explicaría así que la narración debe informar de un tiempo “caluroso hoy” y “refrescante mañana”, aludiendo a los distintos estadios de ánimo que atraviesa el personaje literario. 

“Para rescribir ya habrá tiempo. Hoy, ¡estalle, hágase pedazos, desintégrese! ¿Por qué no disfrutar de la primera [versión], con la esperanza de que su gozo busque y encuentre otros que al leer su relato también se incendien?”, nos pregunta Bradbury. 

Narrar desde el recuerdo 
En Zen en el Arte de Escribir, el autor también nos confiesa cuál es el modus operandi de su inventiva. Desde adolescente, Bradbury anotaba en un cuaderno escolar varias listas de sustantivos, títulos de relatos o provocaciones, como así les llama, para luego trasladarlas a alguno de sus relatos. La lista era como un detonante.  

Emergían de estas enumeraciones recuerdos, como su miedo infantil a un tiovivo que años después se transformó en La Feria de las Tinieblas. Su arte de escribir es bucear en uno mismo, parece decir.  

Lecturas como gimnasia 
No en vano, además de las listas, también nos sugiere seguir una serie de rutinas diarias para que nos visiten las musas. En este sentido, se postula por leer todos los días: y no sólo narrativa.  

“La poesía ejercita los músculos que se usan poco. Conserva la conciencia de la nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. La poesía es metáfora o símil condensado”, añade. 

La dieta lúdica de la lectura tendría en el ensayo otro ingrediente. Ensayo y poesía, sí nos dice Bradbury, pero también nos invita a leer las obras literarias de aquellos escritores que narran como quisiéramos narrar nosotros. 

“Sin duda mi tiempo es teatral. Está lleno de chifladura, desenfreno, brillantez, inventiva (…) Yo no quiero ser conferenciante esnob, ni reformador aburrido. Quiero correr, gozar (…), persiguiendo ideas”, escribe Bradbury. 

Zen el Arte de Escribir es así un ensayo que, si bien el autor publicó en 1994, mantiene hoy su espíritu lúdico, su filosofía alegre, su pulso ejecutor contra ese cliché del escritor triste y atormentado, cualidad que, antes del libro de Bradbury, parecía suficiente y necesaria para pergeñar una buena novela o un excelente relato.  

Nunca sufrir
Terminemos, por tanto, como empezamos, con una respuesta a una pregunta que se convierte en aforismo cuando es Ray Bradbury quien la contesta. El interrogante que se plantea el escritor americano y es cómo es posible crear sin ser “un despojo de nervios”. 

“Todos los días de todas las semanas de todos los años hay alguien que lo hace. Atletas. Pintores. Budistas zen con arcos y flechas. Hasta yo puedo”, finaliza Bradbury. 

Cuando terminamos de leer una frase así, nos imaginamos a su autor tal y como está retratado en la fotografía de Thomas Victor, que precede a los primeros párrafos de Zen el Arte de Escribir. La foto nos muestra a un escritor cano desplegando una amplia sonrisa, mientras casi acaricia el pelaje de un gato negro.

04 junio 2012

Juan Manuel Chávez entrevistado

Juan Manuel Chávez. Foto cortesía: Carlos M. Sotomayor


Juan Manuel Chávez no sólo es autor de una obra narrativa interesante (dos novelas y un conjunto de cuentos) sino que también posee una producción ensayística a tomar en cuenta. Una prueba de ello es Limanerías(Editorial Casatomada, 2012).
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

¿Cómo se origina Limanerías?  
Veamos. El libro tiene su germen en el 2003. Era estudiante universitario, había obtenido el Copé de Plata en ese momento y estaba escribiendo una novela. Y en por esa época llevaba con Marcel Velázquez el curso de Estudios culturales. Y me interesaba hacer un pequeño texto ensayístico en torno a Lima. Intentar dar cuenta desde su fundación hasta nuestros días, en algunos tópicos léxicos, culturales, tradiciones. Comencé a trabajar en un breve ensayo. A ese ensayo le fue bien en los Juegos Florales en San Marcos. Pero sentí que ese ensayo era un poco reducido. Entonces pensé en cuatro ensayos más. El segundo ya estaba, era un ensayo entre histórico y de una visión un poco colectiva. Y pensé que podía tener un ensayo previo, un tanto mitológico sobre la ciudad, que intenté tirar puentes culturales sobre cómo se gesta una ciudad. Un tercer ensayo que fuese más urbano, que no sea histórico sino más tirado a lo colectivo. Y luego pensé en un ensayo más personal, con una mirada más subjetiva, más individual.

Una parte del libro se publicó por una editorial italiana…
Sí, ellos querían traducir primero La derrota de Pallardelle (novela) pero notan lo difícil pues es un libro amplio con una referencia muy nacional. Y me piden si tengo algo distinto. Les dije que tenía dos ensayos sobre Lima. Y me dijeron que querían verlo. Les envié los dos ensayos y les gustó mucho. Entonces se traduce y sale en italiano. Pero yo tuve siempre la ilusión de completar el libro cuando saliera en español. Entonces durante los años siguientes, comencé a componer el primer ensayo y las “Omisiones” que es el último bloque, que aluden a este miope con astigmatismo que soy yo y que intenta ver Lima a partir de la perversión de sus propios ojos y de la subjetividad de su propia mirada.
¿Cómo es tu relación con la ciudad de Lima?
La ciudad de Lima es una ciudad muy cercana por varios factores. Primero, estudié en un colegio dominico en el centro de Lima, en pleno Cercado, el Santo Tomás de Aquino. Y mi padre, que trabajaba en San Isidro, me llevaba. Pero como él tenía que entrar a su oficina a las 8 de la mañana, me dejaba muy temprano. Entonces, a las 7:15 estaba yo caminando por la Plaza Mayor. Y eran los 80, y había días que se suspendían clases por las bombas lacrimógenas. Y luego, cuando estudié ingeniería civil, me interesó arquitectónicamente el centro de Lima. Y además, cuando decido fugarme de ingeniería civil y meterme en la literatura, comencé a faltar a clases y me iba al centro de Lima, a sentarme en el atrio de la Catedral a leer la literatura que nunca había leído.
¿Qué es lo que no te gusta de Lima?
Como la hemos arruinado permanentemente. Hay un reproche más que a Lima, a los limeños, que en esencia somos Lima. Lamento mucho, luego haber visto cascos históricos hermosos como el Toledo en España, como no logramos conservar el patrimonio histórico, que me parece valioso. Porque la huella del tiempo merece preservarse y que conviva al lado de aquello que la modernidad impone. También lamento que las murallas se hayan caído en el siglo XIX. Esas puertas de entrada le hubieran dado un ambiente peculiar a Lima.
Tu pasión por la fotografía te ha llevado a visitar varias ciudades del mundo. ¿Cómo defines a Lima?
A mi Lima siempre me ha parecido una vieja de piel oscura, callejonera y gritona. No me la imagino delgada, estilizada. Me la imagino como una mujer ya entrada en años, segura, de esas que te arrollan y que con un par de palabras ya te dejaron sin piso.

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01 junio 2012

En la mejor compañía - Por Ingrid Bejerman

Foto tomada por Pedro Meyer en 1973 durante una visita que realizó el escritor a su casa,
 tras la publicación de "La noche de Tlatelolco" de Elena Poniatowska.

Conocí a Carlos Fuentes en abril del 98, cuando fue a presentar su libro Retratos en el tiempo en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Nos llevó su amigo Tomás Eloy Martínez, autor del prólogo de ese tomo de memorias de Fuentes basadas en una recopilación de fotos tomadas por su hijo menor, Carlos Fuentes Lemus, a personalidades célebres como Jackie Kennedy, Norman Mailer, Muhammad Ali o Gregory Peck. "He aquí el viaje íntimo de dos seres humanos que no podrían ser más distintos", dijo Tomás Eloy. "El padre tiene la ventaja de haber vivido la historia antes de que el hijo pudiera conocerla; pero es el hijo quien fija esa historia, quien la detiene, quien establece la imagen a través de la cual será recordada."
Viéndolos a padre e hijo en el podio de esa sala colmada de lectores que vinieron a prestigiarlos, no quedaba duda: no podrían ser más distintos. El brillante escritor Carlos Fuentes hablaba con la misma elocuencia con que escribía, pero además era imposible no fijarse en su look y desenvoltura de galán de cine. El joven artista Carlos Fuentes era muy reservado, y traía la misma mirada que expresaba en su poesía: profunda, con la carga pesada de alguien que ha vivido demasiado para su corta edad. Fallecería un año más tarde, a los 25 años, de un infarto pulmonar a raíz de su padecimiento, la hemofilia.
En ese entonces, a mediados del 99, yo tenía casi la misma edad que Carlitos cuando fui invitada a dirigir la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar en Guadalajara, México, por Raúl Padilla López, presidente de la prestigiosa Feria Internacional del Libro de esa ciudad. Raúl fue rector de la Universidad de Guadalajara a finales de los años 80, y hasta hoy sigue siendo el Mahoma de esa meca cultural: además de haber creado la FIL, el Festival de Cine Mexicano y el premio de literatura latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, dotado de 150.000 dólares, tiene a su cargo el fideicomiso de la Cátedra Córtazar. Fuentes era su íntimo amigo. Visitaba la FIL casi todos los años, llenando auditorios y creando colas kilométricas cuando firmaba autógrafos. En 2008, le organizaron una charla con motivo de sus 80 años, en la que mil jóvenes hablaban con él sobre Aura , su novela. "Cuando los chicos le cantaron ?Las Mañanitas' en el Auditorio Juan Rulfo -recuerda Nubia Macías, directora de la FIL-, Fuentes no pudo contener las lágrimas. Fue siempre cálido y generoso con su público."
Fue gracias a esa relación con Guadalajara, y con Raúl Padilla específicamente, que nació la Cátedra Cortázar. Resulta que para quedar bien con el celebérrimo grupo de intelectuales mexicanos veteranos e influyentes - Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, entre otros cuarenta- el gobierno de Carlos Salinas de Gortari estableció un programa de becas vitalicias en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México (Conaculta). Como "creadores eméritos", los becarios recibirían una suma generosa de dinero porhasta el resto de sus vidas. Fue entonces cuando Fuentes lo llamó a Padilla, en diciembre del 93, después de una seria reflexión con su amigo Gabriel García Márquez, colombiano residente en México que también había sido galardonado.
"Raúl, queremos hacer algo con la Universidad el Gabo y yo", le dijo. "El gobierno mexicano nos está dando un reconocimiento con esto, y, la verdad, ni queremos recibirlo ni queremos rechazarlo." Surgió así la solución salomónica: la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, presidida por Fuentes y García Márquez y bautizada con el nombre de "el Bolívar de la novela latinoamericana", como Fuentes lo llamó un día. "Nos liberó liberándose -escribió Fuentes-, con un lenguaje nuevo, airoso, capaz de todas las aventuras: Rayuela es uno de los grandes manifiestos de la modernidad latinoamericana, en ella vemos todas nuestras grandezas y todas nuestras miserias, nuestras deudas y nuestras oportunidades, a través de una construcción verbal libre, inacabada, que no cesa de convocar a los lectores que necesita para seguir viviendo y no terminar jamás."
Y es que la Cátedra, hasta el día de hoy, evoca el espíritu cortazariano: es un espacio para que fluyan las ideas, un foro de discusión elevadísimo donde dialogan las mentes más brillantes -novelistas, jefes de Estado, músicos, académicos, poetas- a petición de Fuentes y Gabo. Se trata también de "un diálogo de humores -añadiría Fuentes-, pues sin el sentido del humor no es posible entender a Julio Cortázar: con él soportamos al mundo hasta que lo veamos mejor, pero el mundo también debe soportarnos hasta que nosotros nos hagamos mejores."
Conocí la Cátedra la primera vez que estuve en Guadalajara, en noviembre de 1998, cuando ayudé a organizar un taller de crónica dictado por la brillantísima periodista mexicana Alma Guillermoprieto en el marco de la FIL. Trabajaba en ese entonces como coordinadora de programas de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside García Márquez. Tenía mucha curiosidad por ver cómo eran sus actividades universitarias, porque en sus talleres no se esforzaba por disfrazar cierto desprecio por la mentalidad académica.
Fuimos todos invitados al hermoso Paraninfo Enrique Díaz de León, el aula magna de la Universidad de Guadalajara y joya arquitectónica mexicana que alberga los murales El hombre creador y rebelde El pueblo y los falsos líderes de José Clemente Orozco, que son de sacar el aliento. En el presidium estaban Fuentes, García Márquez, el ex presidente colombiano Belisario Bentacur, y el futuro presidente de Chile, Ricardo Lagos, dictando su conferencia magistral. En las primeras filas del auditorio se encontraba la crema y nata de la literatura, las artes y la política: Felipe González, Juan Goytisolo, José Saramago y Pilar del Río, Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta, entre otros.
Seguía una cena de protocolo en la Casa Cortázar -sede de la Cátedra y donde se hospedan los catedráticos- a la que no tenía muchas ganas de ir. Era un viernes por la noche y prefería salir a tomar unas micheladas con los colegas periodistas del taller. Por suerte decidí cumplir con mi obligación laboral. Me tocó ir en el vehículo con los catedráticos Betancur y Lagos, que iban atrás, al lado de Fuentes y su elegantísima esposa, Silvia Lemus, en el asiento del medio. Fuentes les hablaba de una novela de Kenzaburo Oe que había acabado de leer con la precisión de un ingeniero desarmando y exponiendo un mecanismo. Lo describía con la fascinación de un niño que ve el mar por primera vez. La pasión y el intelecto de Fuentes eran casi palpables: dictaba una clase de literatura japonesa como si estuviera hablando del tiempo.
Raúl Padilla me propuso dirigir la Cátedra esa misma noche. Quería darle una verdadera dimensión latinoamericana y había que incluir un poco más a mi país, Brasil, que suele quedarse afuera por la barrera del idioma. Acepté de inmediato, y empecé mi labor -como he dicho- a mediados del 99.
Conocí a muchísimos intelectuales que compartían entusiasmados sus anécdotas sobre Fuentes: los argentinos Noé Jitrik y Rodolfo Terragno, las brasileñas Nélida Piñón y Bella Jozef, el peruano Alfredo Bryce Echenique, y el santaluciano Derek Walcott, quien me contó la más divertida de todas. Resulta que cuando se encontraron en el pasillo de un hotel en Miami, donde coincidieron por alguna ocasión literaria, Walcott se inclinó ante Fuentes a modo de broma. Y Fuentes, en reverencia al Premio Nobel de Literatura, se tiró al piso. Ahí estaba el espíritu cortazariano, el "diálogo de humores" del que hablaba Fuentes: entre risas, el poeta caribeño calificó a su anfitrión mexicano como un magnífico escritor con gran sentido del humor.
Dejé la Cátedra cuando regresé a Montreal, Canadá, en 2001, para seguir con mi carrera académica. Supe que jamás podría dejar de promover las letras latinoamericanas, y por eso me vinculé al comité de programación de Blue Metropolis, el festival literario internacional de esta ciudad. Es un festival políglota -único en el mundo- que trae eventos literarios en diversos idiomas, desde el chino hasta el farsi, gracias a la población multicultural de aquí, que va mucho más allá de eterna disputa entre inglés o francés. Fuentes fue el invitado de honor en 2005, año que Montreal fue elegida Capital Mundial del Libro por la Unesco. Las actividades arrancaron con el festival, que a la vez comenzó con la ceremonia de honor al escritor mexicano. En esa ocasión, en un auditorio que era standing room only , Fuentes hizo una lectura reluciente de Terra nostra : primero en un perfecto francés, luego en un perfecto inglés, y finalmente -no creo que tenga que decirlo- en un perfecto español. Acababa de publicar Contra Bush , y a los canadienses les dejó la variante de un dicho: "A los amigos se los elige, a los vecinos, no".
No es de extrañar que hubiera muchísimos mexicanos en el público. Lo lindo era ver el orgullo que sentían por estar ante su ídolo, la antítesis del estereotipo mexicano propagado por las películas gringas: un hombre que siempre lleva bigote revolucionario y sombrero, bebe tequila y toma una siesta junto a un cactus. Algunos de ellos eran empleados del Hyatt, donde se realizaba el festival, que llevaban semanas esperando ver a Fuentes de cerca. Fueron también a su charla sobre elQuijote , su libro preferido que aquel año cumplía 400.
A Fuentes se lo veía muy feliz en esa ocasión, muy enamorado de Silvia, que lo acompañaba casi todo el tiempo. Ella también aprovechó al festival para trabajar, haciéndole una entrevista a su amigo Alberto Manguel para su programa Tratos y Retratos del Canal 22 de la ciudad de México.
Fuentes fue muy cumplido con sus anfitriones y con su público, y de una caballerosidad indescriptible. En el último día de su estada en Montreal, la directora artística del festival, Linda Leith, se acercó a los Fuentes para despedirse. A ella le tocaba la dura tarea de conseguir fondos para poner a los mejores escritores del mundo al alcance de su público. Le pidió a Fuentes que la ayudara a conseguir apoyo para traer a autores latinos. " I will be your soldier ", le dijo Fuentes, elgentleman . "Voy a ser tu soldado." A Linda le temblaron las rodillas.
En un momento, lo vi a Fuentes en el bar del hotel, disfrutando de un whisky en un momento de puro relax. Para él, claro, porque yo -acostumbrada a tener que ahuyentar a las multitudes que acorralan a los escritores en eventos literarios- ya estaba en pánico. "Maestro Fuentes -le pregunté-, ¿cómo es que lo han dejado aquí solo?"
"Yo me acompaño a mí mismo", fue su pronta respuesta. Y es que no podría estar en mejor compañía.
Tomado de LA NACION.COM Suplemento ADN Cultura (Click AQUI)