30 junio 2009

Nueva web de literatura joven


Me acaba de llegar esta noticia de una nueva web dedicada a la promoción de literatura joven: LITERALGIA, donde se dará énfasis a entrevistas y difusión de los trabajos de los jóvenes autores peruanos. Dice la nota promocional:

"Les presentamos "Tu voz existe", colección audiovisual de literatura joven. Una especie de videoteca literaria donde los escritores jóvenes compartirán sus experiencias y puntos de vista sobre el actual rumbo de la literatura peruana. "Tu voz existe", es un homenaje a Juan Gonzalo Rose, aquel poeta eternamente joven que nos enseñó que la literatura se lleva todo el tiempo en el cuerpo como la respiración o un tatuaje que alguien nos dibujó mientras dormíamos. Aquella frase que cantaba Lucha Reyes, "Tu voz existe", compuesta por este bohemio poeta le cayó muy bien a esta colección, ya que se trata de la viva voz de los jóvenes, fuente de primera mano, sin alzas ni bajas, ellos mismos se retratan. Sin más molestos preámbulos, aquí les dejamos con Eduardo Reyme Wendell, joven escritor, autor del libro de cuentos "Duerme tranquila, Rebecca". En estos días estaremos anunciando la próxima víctima. "

Sombrademares en el diario La Primera

La edición cultural del diario La Primera del día de hoy 30 de junio nos trae una breve pero interesante entrevista al poeta Juan Luis Godoy, autor del estupendo poemario Sombra de mares. Los dejo con el texto:
Arturo Corcuera en el prólogo le dice al poeta Godoy que la poesía es una tarea ardua “y a menudo a cambio de nada. No te olvides, Juan Luis, en este difícil camino que te aguarda”.¿Qué tiene que ver la antropología con la poesía? Mucho. Es que desde esa formación académica y conocimientos provine el lenguaje del poeta Juan Luis Godoy y así lo demuestra además, la visión del mundo que aparece en su libro Sombrademares. El escritor dice: “Empecé a escribir los 17 años, influenciado por Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Vallejo. Sentí que podía recrear mi rabia, frustración, deseo, amor y mis búsquedas personales con total libertad. Mi primer libro fue marcado por la pérdida de mi madre, vomité los poemas sin reflexión ni rigor literario, fue un experimento catártico”. Pero luego vino un proceso de maduración y leyó a Borges, Huidobro, Juarroz, Varela, Peri Rossi, Pizarnik, Eielson, Óscar Málaga, Pimentel, Corcuera, Di Paolo y Bolaño. “De 2001 a 2003 escribí poemas a partir de la contemplación de la niebla, el mar y la luz y sus imágenes. Sombrademares habla sobre las sombras que todos llevamos dentro, de las cosas que buscamos desesperadamente y que a veces encontramos y otras no. Retrato historias propias y ajenas. Me gusta más sugerir que afirmar (hay que desconfiar de las palabras)”. Lo atrae el misterio, el poder de las imágenes y los símbolos. “Escribo – asevera-, veo, huelo y toco, de lo que pueda recordar de mis sueños.”


Foto: Cortesía diario La Primera. Juan Luis Godoy (1975) estudió Antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El libro Sombrademares ha sido publicado por Casatomada poesía. Serie Orillas.

29 junio 2009

Tercera Fecha del Primer Terra Festival de Poesía

Martes 30 de junio / Recital
Rafael García-Godos. Víctor Ruiz. Paúl Guillén. Salomón Valderrama. Jimmy Marroquín
Audiovisual: Retratos Parlantes, vídeo documental del Encuentro Latinoamericano de Poesía Actual "Poquita Fe", realizado en Santiago de Chile (Guiraca Producciones).
Performance: Virginia Benavides
Hora: 8 y 30 p.m.
Terra Media Café Bar Cultural
Av. Arenales 2695, esquina con 2 de Mayo de San Isidro
Ingreso libre

Hernán Migoya sobre los 17 fantásticos cuentos peruanos

Hernán Migoya acaba de lanzar hace un par de semanas su nuevo e irreverente blog "Cholo, no te compadezco" donde ¿analiza? algunas realidades tan dramáticas como la característica y mítica belleza del varón español (suficiente con este titulito para correr rumbo a la ventana y saltar desde el octavo piso). Pero Migoya es también escritor, guionista, ácido crítico y un provocador nato. Por eso es que somos amigos. Los dejo con un post donde comenta la antología que editáramos el año pasado con Carlos M. Sotomayor: "17 fantásticos cuentos peruanos".


"Gabriel Rimachi es editor y escritor, una mezcla peligrosa, sobre todo para él. Los editores bohemios son raros: si ya un autor maldito lo tiene difícil, los editores malditos son más insólitos que un Quijote.
En enero pasado, Rimachi me regaló, entre tumbos y alegrías, una antología de cuentos editada junto a su compadre Carlos M. Sotomayor: 17 fantásticos cuentos peruanos (Editorial Casatomada). Lo leí hace meses, pues, y mi recuerdo está distorsionado por el tiempo pasado: pero al mismo tiempo, hay cuentos que se han aposentado en mi memoria...". CONTINUAR LEYENDO AQUÍ

Foto: Hernán Migoya, el provocador domado. Cortesía Caretas

24 junio 2009

Zeppelin, por Dennise Vega Farfán

La autora de los poemarios "EURITMIA" (2005) y “UNA MORADA TRAS LOS REINOS” (Centro Cultural de España & Lustraeditores, 2008), comenta en su blog MATRIZ MUSICAL la reciente aparición de Zeppelin, de Salvador Luis, dice la nota:
Para quienes seguimos el buen quehacer literario a través de la web, no nos es extraña la presencia de LOS NOVELES, una página que goza de una notoria trascendencia y vitalidad, por apuntar sobretodo a la difusión de creación joven pero con calidad; mucho más aún no nos es extraña la dirección de la misma a cargo del narrador Salvador Luis, autor de los libros Miscelánea o el libro geminiano (Ed. Los Underdogs, 2006), Rock duro y metal pesado (Ed. Los Underdogs, 2006) y ahora de ZEPPELIN, recientemente aparecido con la editorial Casatomada, CLIK AQUÍ PARA CONTINUAR LEYENDO
En la foto: Salvador Luis / www.losnoveles.net

Cañete/Festival "En los extramuros del mundo" en su 3ra Edición

El Movimiento Integración Cultural Cañetana y la Municipalidad Distrital de Imperial, con el apoyo del Grupo de Literatura Anábasis, llevarán a cabo el TERCER y último festival cultural EN LOS EXTRAMUROS DEL MUNDO a celebrarse los días 26, 27 y 28 de Junio 2009, en La Plaza de Armas de Imperial - Cañete, con motivo del Centenario de la creación política del Distrito de Imperial.
Como es costumbre, el promotor cultural Erick Sarmiento nos trae una nueva edición del festival cultural más importantes de la Región Lima. En la edición anterior se contó con la presencia del destacado poeta Enrique Verástegui, quien recibió un homenaje por su vasta obra poética. En esta última edición de Extramuros del Mundo, compartiremos la poesía de destacadas poetas como Alessandra Tenorio y Josefina Jiménez; contaremos con la presencia de uno de los estudiosos de la poesía de Enrique Verástegui y el Movimiento Hora Zero, Paúl Guillén; además de dos destacados poetas jóvenes: Diego Lazarte y John López. Cabe resaltar la presencia del poeta y performer Gustavo Reátegui; y del reconocido escritor y editor Gabriel Rimachi Sialer, quien presentará su antología de cuentos preparada por Ediciones Altazor y seleccionada por el autor: "El cazador de dinosaurios". Representando a Imperial tendremos al pintor Aldo Ramírez, al músico Luís Olivares y al narrador Juan Carlos Guerrero.
Quedan todos invitados a esta fiesta del Arte y la Cultura en Imperial. EL INGRESO ES LIBRE.

22 junio 2009

El cazador de dinosaurios en El jardín de libros

Hace algunos meses estuve invitado a participar en un conversatorio de escritores jóvenes (se agradece doble por eso de "jóvenes") organizado por Borrador editores y el Centro Cultural Peruano Británico. Fue justo la noche del concierto de Kiss (se retira el agradecimiento anterior por habernos hecho llegar tarde al concierto), y el balance fue más que positivo, sobre todo porque reunió a una veintena de autores cuyas propuestas son no solo frescas sino, en algunos casos, novedosa; entre ellos Antonio Moretti, autor de Concierto para luciérnagas, editado por Casatomada. De aquel encuentro el director del Jardín de Libros, Julio Zavala, ha hecho una nota donde comenta algunas de las obras publicadas por los invitados a aquel evento. Los dejo con el vídeo.

Juan Gonzalo Rose, Las cartas secuestradas - FIL Lima 2009

Hace ochenta años nació en Barrios Altos el escritor Juan Gonzalo Rose. Casi de inmediato se trasladó a pasar su infancia a Tacna, ciudad que en esos días volvía a ser peruana. Con tal sólo 30 años, y ya instalado otra vez en Lima, se hizo acreedor del Premio Nacional de Poesía
Miembro destacado de la Generación del 50, en su haber se cuentan entrañables entregas como Informe al rey y otros libros secretos o Simple canción. Aunque en sus primeros textos su principal preocupación temática era lo social, conforme pasa el tiempo sus inclinaciones lo van llevando a tratar asuntos más íntimos.Este vate, quien para mala suerte de nuestras letras nos dejara temprano, no limitó su obra a la poesía. También se dio tiempo para dedicarse al periodismo y a la composición musical. No hay criollo que se precie, por ejemplo, que no recuerde el tema “Tu voz”, interpretado por la gran Lucha Reyes.
Su poesía se caracteriza por la ternura. Rose cultiva un verso libre, su obra poética es, al mismo tiempo, conceptual y lírica, la hace con tal finura que sus párrafos o estrofas parecen sujetos a medida, a numerado ritmo de acentos”.
La FIL - Lima 2009, traerá más de una sorpresa, entre ellas, un estupendo trabajo sobre Juan Gonzalo Rose que hemos preparado con Gabriel Rimachi Sialer y Diego Lasarte. Los dejamos con uno de sus poemas más bellos (y tiene muchos...). Ya falta poco para la FIL!!!

Las cartas secuestradas

Tengo en el alma una baranda en sombras.
A ella diariamente me asomo, matutino,
a preguntar si no ha llegado carta;
y cuántas veces
la tristeza celebra con mi rostro
sus óperas de nada.

Una carta.

Que me escriba una carta quien me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
analfabeta de pasión cristiana;
duraznos de mi tierra: que me escriban,
vientos los de mi rambla: que me escriban,
y redacte una carta pequeñita
mi hermana abecedaria y pensativa.
Muertos los de mi infancia
que se fueron
dormidos entre el humo de las flores,
novias que se marcharon
bajo un farol diciendo eternidades,
amigos hasta el vino torturado:
¿no hay una carta para Juan Gonzalo?

Si no fuera poeta, expresidiario,
extranjero hasta el colmo de la gracia,
descubridor de calles en la noche,
coleccionista de apellidos pálidos:
quisiera ser cartero de los tristes
para que ellos bendigan mis zapatos.
El día que me muera ¿en una piedra?
el día que navegue ¿en una cama?
desgarren mi camisa y en el pecho
¡manos sobrevivientes que me amaron!
entierren una carta.

20 junio 2009

Zeppelin en la factoria ACME, Nicaragua


Los amigos de la web Marca Acme (click AQUI) acaban de colgar una entrevista que el escritor y también editor Max Palacios le hizo a Salvador Luis, director de la más que interesante web Los Noveles, y autor del libro editado por Casatomada. Click en el link de Acme y disfruten la breve entrevista.

17 junio 2009

Playa Ballena (Lo que se viene en la esperada Antología íntima, de Carlos Calderón-Fajardo)

Dos escritores chilenos jóvenes, íntimos en París en los 60, discípulos de José Donoso. Uno vivía ganando premios literarios de poca monta; el otro se las buscaba como podía. Uno era amigo de Jean Pierre Faye y utilizaba un vaporizador nasal; el otro, situado al margen del mundo, con el hechizo del fracasado, era un típico personaje chejovniano. Publicaron su primer libro con un año apenas de diferencia. Pertenecían a una misma generación expatriada, algo así como insectos acuáticos errantes. Creció subterráneo el que volvió a Chile y ya viejo lo consideraban un escritor secreto, raro, de culto. El que vivió afincado en Europa se hizo muy famoso, además de un francotirador punzante contra la dictadura. Hasta que un día murió Pinochet.
Muchos años habían pasado, casi treinta. El escritor establecido en Santiago había publicado la mayoría de sus obras con su propio peculio y lo veneraban un puñado de lectores. Sus libros eran inhallables en librerías; la crítica los ignoraba. En cambio, el exilado destacaba como la vedette de una importante editorial catalana.
Medio siglo sin verse. Y cualquiera habría dicho que sus caminos no se volverían a cruzar. El escritor radicado en Chile se jubiló de la Universidad Pública donde trabajaba desde su regreso y vivía dedicado a pergeñar a tiempo completo el libro de su vida. Un día terminó de escribirlo. Era una novela, nada menos, y la publicó sin mucha ansiedad ni expectativas. El ser bien acogido por un sector independiente de la crítica lo hizo suponer cosas erróneamente. Se sentía realizado. Quiso compartir su alegría, que su novela la leyesen sus amigos. Empezó a buscar direcciones, sobre todo de aquellos que no veía hacía mucho tiempo. Les envió un correo individual.
Algunos dieron excusas extrañas para no verlo. Y aquel escritor desconcertado con lo que ocurría, sin esperarlo, consiguió el correo electrónico de su viejo amigo de París, que ahora no tenía ningún impedimento para regresar a Chile.
Sin mucha expectativa, le envió un correo muy sobrio, diciéndole que era muy probable que no se acordase de él, pero había publicado una novela y deseaba hacerle llegar un ejemplar y conocer su opinión. El afamado escritor chileno respondió el e—mail. Una respuesta sorprendente, inesperada.
Por supuesto que se acordaba de él. Durante todos esos años radicados en Europa había tratado de ubicarlo. Lo felicitaba por su novela. Le pidió que le dejase un ejemplar en su casa de Santiago. Iba a estar para navidades, momento en el que podían volver a verse y conversar tantas cosas.
El escritor casi secreto inmediatamente llevó un ejemplar de su novela a la residencia santiaguina de su amigo de juventud, ubicada en el barrio Los Condes, con una dedicatoria: “Con la esperanza de vernos pronto, porque el espíritu de Pepé Donoso nos convoca”.
Durante unos meses ambos escritores intercambiaron correos muy cordiales. Hasta que por fin llegó la Navidad.
El laureado autor viajó a Chile. Estaba en Santiago. Pasaron quince días, un mes. No contestaba los correos. Se hacía negar por teléfono. Entonces, el escritor de culto le envió un e—mail manifestándole su deseo de verlo. Sólo quería saludarlo, darle un abrazo, tomar un café, y no lo iba a molestar nunca más.
La respuesta no demoró en llegar. El reputado escritor le informó a su antiguo amigo y colega que al verse asediado en Chile por mucha gente y deseando terminar una novela que tenía retrasada, se había trasladado al Perú, a una lejana playa, llamada Playa Ballena, en Tumbes. Refugiado, de incógnito en ese lugar, pensaba escribir intensamente. Y añadía en el e—mail que no se preocupara si advertía su presencia en los periódicos respondiendo a entrevistas, que no le llamase la atención, porque las había dejado todas grabadas. Sin embargo, una semana después de ese correo, ese mismo escritor apareció en los periódicos, participando de reuniones sociales. Tenía que estar en Santiago.
El oculto escritor sintió una profunda decepción. No podía creer lo que pasaba. Recordaba que su amigo había heredado de su madre el miedo a los pájaros y murciélagos. Sólo le había pedido quince minutos; después cada uno proseguiría su camino, y si se volviesen a ver sería en el más allá, en la insondable eternidad, donde los estaba esperando don Pepé Donoso que tanto los quiso cuando eran jóvenes.
Lo de la Playa Ballena parecía una mala broma. Los caminos se hicieron muy blancos, como dice el poeta. Y aquel hombre sintió como jamás el peso del fracaso. No lo podía aceptar. No podía digerirlo. No le alcanzaba la inteligencia para comprenderlo. ¡Playa Ballena! Su amigo era asmático de nacimiento. De no existir esa playa, eso agravaría la afrenta.
El desairado hizo lo posible por superar su desencanto sin lograrlo. Pensaba todo el día en Playa Ballena. No podía dormir. Su famoso amigo, el exitoso, se había reído de él con una ocurrencia tan a su estilo. ¡Playa Ballena! ¿Así era de triste la vida? ¿Se hacía tan escasa la generosidad cuando se volaba a gran altura? Y de pronto se coló la duda: ¿Y qué si Playa Ballena realmente existía? ¿Qué si todo era verdad? No podía vivir tranquilo hasta no estar seguro si había sido groseramente desairado o no. Tomó un avión a Lima. Y de Lima se dirigió a donde estaba su antiguo compañero de tempranas aventuras.
Llegó muy agotado a Tumbes. Lo primero fue dirigirse a una oficina de turismo y preguntar por Playa Ballena. Para su sorpresa, el lugar existía. Justamente en la tarde salía un mini bus en dirección a esa playa llevando a algunos turistas.
En ese camino, el chofer del vehículo le comentó que esa playa llevaba ese nombre porque alguna vez en sus orillas el mar había varado una ballena gigantesca de color blanco, que justamente por la tonalidad de su piel había causado estupor entre los pescadores de la zona.
El escritor chileno desconocido, muy aficionado a leer antiguas crónicas de viajeros por América Latina, sobre todo aventuras marítimas, —quizás porque Chile es más mar que tierra –recordó enseguida una crónica de un marino francés que contaba sobre la existencia de una enorme ballena albina de nombre Uncle Tom, que había asolado la costa norte del Perú y que existía como leyenda en las tabernas del puerto de Paita a finales del siglo XIX. Cuando este viajero francés visitó dicho puerto, era la misma época que el escritor norteamericano Herman Melville llegaba a ese lugar.
Un escozor invadió todo su cuerpo. La playa donde se dirigía era el lugar donde el mar había varado el cadáver de Moby Dick. La más legendaria de las ballenas de la historia había ido a dejar sus huesos en esa playa desolada y desierta. Desde ese día a ese lugar se le llamó Playa Ballena.
El pequeño ómnibus llegó a su destino. La playa era bella pero como en muchas de las del norte del Perú, no había un hotel sino apenas un albergue para jóvenes mochileros. Ninguno estaba enterado de que en esa playa había exhalado su último suspiro Moby Dick.
Por supuesto que su amigo, el consagrado, no estaba alojado en dicho sitio. Pero, por alguna razón, sintió que había desaparecido de él toda decepción y amargura. Ese albergue rebosaba de seres vivos: jóvenes alegres, bronceados, de pelos largos que zambullían sus cuerpos dorados en las aguas celestes y transparentes de esa hermosísima playa.
La mayoría de los alojados en el albergue eran norteamericanos y europeos, pero había una pareja distinta a los demás. En los ojos de ambos se notaba claramente el brillo del amor. Ella, de tez morena, belleza latinoamericana inconfundible, andaba abrazada con un rubio larguirucho. Él se llamaba Nicholas, y ella le decía Niké, oriundo del estado de Virginia, sus padres cultivaban tabaco. Ella, ecuatoriana, se llamaba Jamilia. Se habían conocido en un pequeño pueblito del Cantón de Ibarra, en Atuntaqui, cerca de las lagunas de Imbabura. Niké era un gringo mochilero, errante. Jamilia estaba por recibirse de odontóloga y se encontraba haciendo medicina rural en ese pequeño pueblito reputado por sus textiles. Ambos hablaban inglés. Niké apenas si masticaba el español. Allí se conocieron. En ese lugar se enamoraron y luego de un corto tiempo decidieron visitar una playa del norte del Perú.
El viejo autor no se presentó como escritor sino como lo que realmente era: un profesor universitario chileno de literatura jubilado.
Entonces Familia cogió su mochila y sacó un libro. Ante los ojos estupefactos del escritor de culto, ella le mostró uno de los libros del otro escritor. Estaba en Playa Ballena, como le dijo por el correo electrónico, pero en la forma de un libro suyo. Un libro de cuentos y en uno de los relatos el escritor célebre mencionaba la Playa Ballena. Era el cuento de un hombre viejo que corrompido por la fama, agobiado por la soberbia y la frivolidad había encontrado paz en esa playa solitaria. El cuento llevaba como epígrafe un pensamiento de budismo Zen: En el silencio, la soledad se desvanece. Era por ese motivo que Jamilia y Niké habían elegido visitar esa playa.
Jamilia había leído todos sus libros, incluso sus interminables y aburridas novelas; recordaba los nombres de los personajes, pasajes enteros de cada texto; algunos cuentos se los sabía casi de memoria.
Es un escritor muy humano, y ustedes los chilenos deben sentirse orgullosos de ser su compatriota, dijo Jamilia.
Al escritor se le aclararon los extraños misterios que envuelven la creación literaria y su relación con la vida. El escritor consagrado era conocido por dedicarse a injuriar a la gente, y a no dejar pájaro con cabeza. Pero era un gran escritor. La literatura no hacía mejores seres humanos a las personas, sobre todo a aquellos dotados de genialidad. Al contrario, los hacía más egoístas, más arrogantes. Pero su obra los salvaba y la inmortalidad les estaba destinada.
Y luego transcurrieron quince días de una vida paradisíaca. Por primera vez en su vida ese escritor fue feliz. Se bañó dichoso en el mar. Con Nicholas, pescó cangrejos. Los tres, con Jamilia, jugaron cartas, cantaron canciones de Nat King Cole a la luz de una fogata. En Playa Ballena, en Tumbes, al norte del Perú, disfrutó del más hermoso atardecer de su existencia.
Hasta que llegó el momento de la despedida. El hombre que siempre vivió escribiendo historias casi en secreto, antes de subir al pequeño ómnibus sintió el llamado de la playa.
Dejó su maletín y fue a despedirse de la bellísima ensenada que no olvidaría jamás. Al llegar a la orilla se quitó los zapatos y las medias. Empezó a caminar descalzo sobre la arena húmeda; el agua de mar acariciaba sus tobillos y hacía desaparecer sus huellas. Atardecía. Un grupo de jóvenes se zambullían bajo las olas. Pero el viejo escritor chileno tenía la vista fija en un recodo de la playa. Le habían informado en el albergue que a ese lugar venían desde tiempos inmemoriales a morir las grandes ballenas. Y allí estaba a la vista el enorme cuerpo de un gigantesco cetáceo en descomposición, pero los rayos del sol que caían sobre el cadáver no producían un espectáculo desagradable a la vista. Todo lo contrario. Lo que parecía verse era un inmenso esqueleto tallado en oro que fue haciéndose negro a medida que llegó la noche.



16 junio 2009

Eduardo Chirinos sobre Juan Gelman en Petroperú


Recital de Juan Luis Godoy este miércoles 17 de Junio

El miércoles 17 de junio a las 7:30 pm en el Café Bar Habana (calle Manuel Bonilla 107 Ovalo de Miraflores) escritores peruanos y extranjeros ofrecerán un recital de poesía. Participan los poetas peruanos Juan Luis Godoy, Piero Galluccio y Renzo Pugliesi, el chileno Pablo Maire y el griego Konstantinos Vrajnos. Ingreso Libre. Aqui algunos links de información de dos de los poetas que van a participar en el recital.
http://www.rcasatomada.blogspot.com/2009/05/sombrademares-nueva-entrega-poetica-en.html http://www.librosgratis.org/mujer-de-juan-luis-godoy-becerra.html http://www.pablomaire.blogspot.com/

Los dejamos con unos versos del poeta:


Mujer
Quien eres tú que me
hace dibujar cometas blancos
en el reflejo del aire
que no puedo borrar con los pies
Quien eres tú que en
la noche prende fuego
a nuestro lecho de sargazos
condenando a muerte a las anguilas
Cual será tu nombre
que revolotea en mi estómago
que me arde en los eclipses
que no puedo apagar con los labios
que misterio fantasmea en ti
que haces aullar a las morsas
que los planetas se alejan
y mis anillos no pueden alcanzarte
donde guardas el corazón
que me hace caminar
desnudo entre los erizos
que no puedo penetrar con mi sed
Como haré para hallarte
si el rojo de tu sangre
se reencarna en el azul profundo
allí donde reluce el tiempo de mi silencio

13 junio 2009

Festival de Poesía. Todos los martes en el Terra Media Bar Café

Este martes arranca el Festival de Poesía que ha organizado Giancarlo Huapaya, administrador del Centro Cultural Gonzo en el Terra Media Bar Café (Av. Arenales 2695, esquina con 2 de Mayo de San Isidro) y empezará a las 8 y 30 p.m.
Va todos los martes de Junio y Julio. Aquí un adelanto de la programación.
El ingreso es LIBRE.

Programación
Martes 16 de junio Recital: Domingo de Ramos. Victoria Guerrero. Miguel Ildefonso. Sesión: Diego Lazarte – Electropoesía contra el mar – Omar Córdova
Vídeopoesía: Asume Adrián de Jorge Luis Chamorro. Roce de Laura Batticani. Poema IV de Karen Bernedo (Poema de César Vallejo)Performance: Virginia Benavides

Martes 23 de junioRecital: José Pancorvo. Rodolfo Ybarra. Rubén Quiroz. Héctor Ñaupari
Vídeopoesía: Guetto Rap de Mônica Carrillo y Karen Bernedo. El Agustino de Roxana Crisólogo y Patricia Saucedo. Paro Nacional de Domingo de Ramos y el Colectivo No somos tan patriotas. Performance: Félix Méndez

Martes 30 de junioRecitalPrimera mesa: Rafael García-Godos. Pablo Salazar-Calderón. Jimmy Marroquin
Vídeopoesía: CUERPOEMA, 206 Pre-textos, Siete Mujeres y Cuando abro los ojos de Adrián Arias Segunda mesa: Víctor Ruiz. Salomón Valderrama. Paúl Guillén.

Martes 7 de julioRecital: Willy Gómez Migliaro. Jhonny Barbieri. Juan José Soto. Carolina Fernández
Vídeopoesía: Arañas de mar de Diego Lazarte, Omnívoro de Rodolfo Ybarra. Garabato de Pedro Escribano y Laura Batticani. Performance: Grupo Somnígrafo

Martes 14 de julioRecital: Cecília Podestá. Álvaro Lasso. Raúl Heraud. Alessandra Tenorio.Vídeopoesía: Inconsecuencias, Erócentrica y Mi otra lengua de Rocío Santillana
Sesión: Poesía Sonora: Giancarlo Huapaya - Pop es Cía – Omar CórdovaPerformance Malapalabrera: Luis Francisco Torres Montero
Ingreso libre

11 junio 2009

Zeppelin, esta noche en el Centro Cultural de España

Salvador Luis, director de la navegable revista los noveles, presenta su libro zeppelin, publicado por Casatomada.
Se trata de una novela, un libro de cuentos, un artefacto, un libro que definitivamente no pasará desapercibido. Salvador Luis es autor de rock duro y metal pesado (2006) y miscelánea o el libro geminiano (2006), ambas por ediciones los underdogs.

Ricardo Sumalavia, el autor del libro que la tierra te sea leve, dice de este zeppelin:
"...para leer a salvador luis tenemos que aceptar que hay nuevas maneras de enfrentarse a un libro. tenemos que aceptar, igualmente, que estamos ante un libro que no pretende reducirse a los consabidos rótulos de novela y cuento. siempre será algo más. para aproximarnos y luego internarnos en zeppelin, ya no se puede ser un lector ingenuo. hay que estar dispuestos a recibir el golpe y, como en el box, hay que estar bien parados para no trastabillar.cada texto de este libro, disímil uno de otro, se nos propone en zeppelin como piezas. y como tales, sabemos que pasan a ser unidades de un conjunto mayor, de una estructura precisa, compleja, pero inasible. o podríamos decir lo contrario: que son unidades inasibles, pero que en conjunto suman una arquitectura perfecta. esta paradoja es posible en zeppelin: conjunto, unidad, nada, todo.si un autor como salvador luis nos ofrece una línea recta, somos nosotros, los lectores, quienes tomamos cada extremo de esa línea y la convertimos en un círculo imaginario..."

La presentación es mañana jueves 11 de junio, a las 7pm, en el centro cultural de españa (natalio sánchez # 181, santa beatriz). Presentan Kathya Adaui, Elio Vélez y Gabriel Rimachi Sialer.

09 junio 2009

Willy Quevedo y El cazador de dinosaurios

Willy Quevedo, gran amigo y lector impenitente (cuestionador eterno como los buenos lectores) escribió un texto sobre mi última publicación "El cazador de dinosaurios", que comparto con ustedes. En mi defensa diré (poniendo el parche antes) que la ficción no tiene por qué estar basada en hechos reales (esto es un debate aparte y tiene para largo y bien tendido), así que mejor dense su vuelta por este link y bueno, si desean, dejen sus comentarios.
Saludos.


PD: dense además una vuelta por la sección gastronómica de la siempre provocadora Cecilia (por las recetas e historias que tiene, ojo) y anímense a sorprender a quien quieran con sus novedades culinarias.

En la foto, Gabriel Rimachi Sialer. Foto cortesía Diario La República

Confieso que he leido / el mítico Paco Porrúa entrevistado en El País

Aunque él se ría de la expresión, no se puede sino repetirla: Francisco “Paco” Porrúa es indudablemente un “editor legendario”. No por nada era el hombre justo en el momento indicado, cuando dio a conocer nada menos que Cien años de soledad y Rayuela. Pero además fue el creador de Minotauro, sello que debutó con el descubrimiento en español de las Crónicas marcianas de Ray Bradbury y a lo largo del tiempo se ha mantenido como un excelente lector y traductor de numerosos autores. En esta entrevista, Paco Porrúa repasa los años del boom, del que fue artífice y promotor, y también la actualidad de la literatura latinoamericana.

Por Patricio Lennard / Tomado de El País


Algunas noches, agitado, sueño la pesadilla de que Cervantes es mejor escritor que yo; pero llega la mañana y despierto”, escribía con tono de broma Augusto Monterroso, antes de reconocer que el único elogio que satisfaría plenamente a un escritor sería: “Usted es el mejor escritor de todos los tiempos”. Pero ¿y si la cosa se acotara al siglo XX? ¿O a la literatura en lengua española? ¿O, en su defecto, a la literatura de un país como Guatemala? ¡Ah, no! ¡No sería lo mismo! Aunque, si de cumplidos se trata –ya lo decía Freud, en ocasión de su octogésimo cumpleaños–, “se pueden tolerar cantidades infinitas de elogios”.
De Francisco “Paco” Porrúa se podría afirmar, sin titubeos, que es uno de los mejores editores que la literatura en lengua española tuvo en el siglo pasado. Pero ¿no nos quedamos cortos? ¿Sería exagerado, acaso, decir que el editor de novelas fundamentales como Cien años de soledad y Rayuela, creador de la mítica editorial Minotauro –en donde obras maestras de la ciencia ficción de autores como J. G. Ballard, William Gibson, Ray Bradbury, Angela Carter, entre tantos otros, vieron la luz por primera vez en castellano– es en realidad el mejor de todos? ¿No lo justifica el hecho de que durante algo más de una década (desde 1958 hasta 1970) haya estado al frente de editorial Sudamericana y haya publicado, además de novelas de García Márquez, Cortázar, Puig, Saer y Lawrence Durrell, poesía de Pizarnik, Alberto Girri y Arturo Carrera? Y que haya sido el primero en traducir al español la trilogía de El señor de los anillos, ¿no es mérito suficiente? ¿Y que haya sido uno de los padres editoriales del boom latinoamericano? ¿Y que haya rescatado del olvido Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal? ¿Y etcétera, etcétera, etcétera?
Pero a Paco Porrúa no le gusta que le digan estas cosas, por supuesto. Y por humildad (no por falsa modestia) relativiza méritos y se ríe cuando se lo pondera como “editor legendario”. Comedido, prefiere definirse simplemente como “sensato”. “La función del editor es editar un buen libro. Yo publico algo y espero que sea bueno. Y ahí se acabó el asunto”, dice Porrúa, con esa voz que se asemeja a un trueno replegándose en la lejanía, aferrado –a lo Borges– a su bastón de caña. “En este sentido, cuando publico algo mi único mérito es haberlo publicado. Nada más. El resto depende de los lectores, de los críticos, de la historia. El editor no tiene mucho más que hacer. Es un colaborador del autor, no el crítico ni el representante. Es un colaborador que da forma material a un texto. Cumple su tarea y desaparece, ¿o no? No es mucho más que eso.”
La idea del editor como escritor frustrado (sucedáneo de la idea del crítico como escritor frustrado, como si no hubiera suficientes escritores frustrados que escriben, después de todo) no se aplica en el caso de Porrúa, que asegura que tanto editar como traducir son actividades en las que se corre con la cómoda ventaja de no tener que idear personajes ni plantear argumentos. “Yo tenía facilidad para la poesía. Escribía endecasílabos con mucha facilidad en el colegio. Pero esa facilidad no tiene nada que ver con la vocación de escritor. Schönberg decía que una cosa es la habilidad y otra la necesidad, y lo que un escritor auténtico tiene es necesidad de escribir. Yo no sentí nunca esa necesidad. Sí sentí la afición de hacer versos, pero los textos que soñaba como autor siempre estaban afuera, en otros escritores. La poesía para mí era Neruda, y no lo yo que escribía en la adolescencia. Y así en casi todas las cosas. Yo he sido de raíz un editor, una vocación muy rara porque está el amor a los libros, por un lado, y por el otro las obligaciones de un trabajo que tiene que sostenerse económicamente. Pero un editor auténtico no debe aspirar a la fortuna. No debe buscar hacerse rico con la literatura. Tiene que saber publicar lo adecuado y mantener una cierta calidad, porque –como decía el creador de los Penguin– ‘el libro que perdura es el buen libro’. Uno puede pagar cien mil dólares por un bestseller y venderlo como pan caliente, pero ese libro dura dos años. En cambio, la gran literatura dura siempre. Por pensar así me he encontrado con una cierta incomprensión en personas a las que al preguntarme: ‘¿En qué pensó usted cuando publicó tal libro?’, les contesté: ‘En lo único que pienso cuando publico un libro es en la literatura’”.


El minotauro en su laberinto
Pero el pequeño Francisco no soñaba con convertirse en editor en la ventosa infancia que pasó con su familia de emigrados españoles en la Patagonia. Aunque, sin sospecharlo, ya enfilaba sus pasos por la veredita del destino cada vez que se extraviaba en la lectura de esas novelas de Julio Verne y de H. G. Wells que él sacaba de una biblioteca, puesto que su casa era una casa de pocos libros. “Yo tenía un año y medio cuando llegué a la Patagonia, y de los dos años en adelante vivimos en Comodoro Rivadavia. Mi padre era agente marítimo, había sido marino mercante, se casó en España y trajo a mi madre a vivir a la Argentina. Entre los años 1924 y 1930, viví frente al mar, en la falda de un cerro, y ese recuerdo, el recuerdo de la inmensidad del desierto junto a la inmensidad del mar, es algo muy poderoso. Me lo pasaba todo el día en el cerro o en la playa, y quedó en mí un recuerdo muy hondo de la Patagonia. Hudson decía: ‘Uno está en medio del desierto patagónico y parece que todavía está en la prehistoria’. Todo eso influyó mucho en mí y fue lo que me convirtió en argentino.”
Con la ida de Paco a Buenos Aires para proseguir con sus estudios en un colegio religioso, la infancia le queda agarrada, como náufrago a un madero, del dobladillo de sus pantalones largos. “Estar en una escuela de pupilo es una experiencia horrible. Yo tenía 11 años cuando entré al colegio y fue una época de mucha soledad. Para colmo, esa escuela era una institución mediocre, los profesores eran muy poco preparados, y todo el bachillerato lo hice un poco a espaldas a lo que ocurría en el aula, pero leyendo, leyendo mucho. Lo principal para mí era la lectura. Compraba libros y los curas me los secuestraban. Hubo uno que me lo secuestraron tres veces: el segundo tomo de Proust, A la sombra de las muchachas en flor. Seguramente porque el título les parecía indecoroso, aunque entonces Proust produjo en mí algo que no había experimentado antes: la certeza de estar viendo a la literatura como algo claro y extremadamente inteligente.”
Ya en la carrera de letras, Porrúa empezó a colaborar con editoriales de los años ’50. Era un lector sin límites, pero un gusto por lo fantástico lo llevó a juntar el dinero para comprar los derechos de cuatro libros de ciencia ficción que entonces nadie conocía en la Argentina: dos de Ray Bradbury, uno de Theodore Sturgeon y otro de Clifford Simak. Esa fue la base de la editorial Minotauro, la que en 1955 lanzó al mercado su primer título, Crónicas marcianas, traducido por el propio Porrúa, con prólogo de Borges e ilustración y diseño de Esteban Fassio.

¿Por qué Bradbury para empezar? ¿Y por qué Crónicas marcianas?
–Curiosamente todo empezó por mis concepciones políticas de izquierda. La idea de Minotauro nació de mi lectura de la revista de Sartre, Les Temps Modernes. Yo la leía todos los meses, me interesaba mucho esa revista, tanto desde un punto de vista filosófico como político. Un día me encontré con un artículo que se llamaba algo así como Qu’est que c’est la science-fiction? (¿Qué es la ciencia ficción?), y allí se mencionaba a un escritor norteamericano de apellido Bradbury. Entonces fui a una librería a la que iba habitualmente, conseguí un libro suyo en inglés y eso fue lo primero que leí de la ciencia ficción moderna. Naturalmente, de la afición que de ahí en adelante desarrollé por esta clase de libros nació el deseo de editarlos.
Rodrigo Fresán dijo que Ray Bradbury suena mucho mejor en español que en inglés porque en español tenía un socio silencioso que era usted, traductor de varios de sus libros. ¿Le acepta ese cumplido?
–No, yo creo que Bradbury es un gran poeta de la prosa americana. Siempre lo fue para los críticos y para todo el mundo. Se distinguió de otros escritores de ciencia ficción porque era mucho más literario y eso no se perfeccionó en la traducción. El estilo de Crónicas marcianas en el original es un poco más suelto, más fluido, mientras que en la traducción es más formal, más rígido. Así que no hay ninguna clase de progreso en la traducción sobre el original, más allá de que es un trabajo que rehice cuatro veces. Yo he traducido cerca de cincuenta libros a lo largo de mi vida y hubo traducciones que me tomaron mucho trabajo, como Crónicas marcianas. Si miro en mi pasado, diría que traducir fue mi verdadero trabajo. Evidentemente tuve una vocación de editor, pero mi trabajo físico ha sido la traducción en este mundo. Aún hoy me gusta hacerlo, pero ya no tengo la energía que tenía cuando era joven. Empezaba a traducir a las 5 de la tarde y lo hacía ininterrumpidamente hasta las 5 de la mañana, algo que ahora es completamente imposible. Reconozco que hay traducciones que pueden mejorar una obra, así como hay obras cuya calidad resiste la más pésima traducción. Recuerdo que en mi juventud leía las traducciones de Faulkner que publicaba una editorial de Buenos Aires, que eran bastante poco correctas, y hasta disparatadas en algunos casos. Y sin embargo el genio de Faulkner o su atmósfera traspasaban eso.
Si tuviera que elegir tres escritores de los que publicó en Minotauro, ¿a cuáles elegiría y por qué motivos?
–A Ballard, primero. A Bradbury también, aunque la obra de Bradbury es un tanto irregular. Después libros sueltos. Una novela que se llama El nacimiento de la República Popular de la Antártida, de un tal John Batchelor, que no ha escrito mucho más, pero que me parece una novela admirable y muy extraña dentro del panorama de la ciencia ficción. Angela Carter también me gusta mucho. Me gustan sus libros y me gustaba ella como persona. Era una mujer muy inteligente y además sabía ver cosas que la gente habitualmente no veía. A ella le parecía muy extraña la vida suburbana que llevaba Ballard, tan apacible. Parecía un señor burgués, acomodado hasta cierto punto, suburbano, y sus libros son tan contrapuestos a eso... Una buena observación de Angela, que si algo pone en evidencia es la diferencia que puede existir entre el hombre y el escritor. Yo he leído hace poco, a lo largo de algunas semanas, el libro sobre Borges de Bioy Casares. Y ahí tanto Bioy como Borges aparecen como dos papanatas. Además, Borges se muestra como un reaccionario recalcitrante. ¡Hay que ver que la figura que más alaba en el libro es nada menos que el almirante Rojas! Para él, según anota Bioy, todos eran comunistas, sus amigos eran todos unos animales, Beckett era un idiota, y miles de cosas por el estilo. Algo que deja en claro que hay un hombre que piensa, que tiene sus opiniones, que incurre en aciertos y errores, y otro, que es el que escribe. Porque esas tonterías y esa falta de sentido no aparece en la obra de Borges; aparece, sí, un excesivo artificio en la construcción de sus cuentos y de sus ensayos, pero eso otro no aparece, ciertamente no.
El segundo apellido
Cuenta la leyenda que el 30 de mayo de 1967, luego de que dos editoriales españolas rechazaran increíblemente el manuscrito, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, la novela que hizo que el boom de la literatura latinoamericana se pareciera definitivamente a una de esas onomatopeyas con que Batman y Robin salpicaban las pantallas de los televisores en aquellos años pop, apareció en Buenos Aires bajo el sello de Sudamericana. Su editor era entonces Paco Porrúa, que poco después de que el gerente Antonio López Llausás lo nombrara director literario en 1962, desoyendo a los consejeros comerciales que señalaban, alarmados, los ejemplares de Bestiario apilados en el depósito, había decidido publicar el segundo libro de cuentos del desconocido Julio Cortázar, Las armas secretas, que fue un éxito de ventas. “García Márquez era para mí un autor desconocido hasta que Luis Harss me habló de él”, cuenta por enésima vez Porrúa, que como esos cantantes condenados a incluir en su repertorio ese hit que todos aclaman, ha terminado por asumir: “Creo que Cien años de soledad se ha convertido en mi segundo apellido, porque todo el mundo lo añade a mi nombre. Es parte de mi destino”.

Y sí... ¿cómo no?
Luis Harss había incluido a García Márquez en Los nuestros, su libro sobre los diez autores que consideraba canónicos en la nueva literatura latinoamericana y que terminó funcionando como semillero del boom. La pregunta de Porrúa, al toparse con el nombre del colombiano, fue: “¿Quién es este García Márquez?” Y la respuesta le llegó a través de La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y Los funerales de la Mamá Grande, que de inmediato Harss le facilitó. Lecturas que a Porrúa lo incentivaron a ponerse en contacto con García Márquez para solicitarle los derechos de esos libros, pero que por tenerlos comprometidos con una editorial mexicana terminó ofreciéndole el manuscrito de su nueva novela.
“Cuando terminé de leer por primera vez Cien años de soledad pensé que era una obra que tenía como antecedentes las crónicas periodísticas de García Márquez, y se lo dije. Pensé que era una obra singular y si bien la vi como muy latinoamericana, hoy pienso que es una obra muy del Caribe. Creo que nadie en la Argentina intentó escribir algo parecido a Cien años de soledad, y nadie en México o en Colombia ha intentado escribir cuentos a lo Borges. Es una muestra de sabiduría regional, podría decirse. Por otro lado, siempre noté que en Cien años de soledad (y Gabo lo sabe) falta un cierto intimismo, que sí lo hay en El coronel no tiene quien le escriba como también en Rayuela. Como si hiciera falta que los personajes aparecieran más vistos desde sus sentimientos, desde sus emociones, más allá de los hechos raros que suceden todo el tiempo.”
¿Y en qué contribuyó usted a que Cien años de soledad mejorara como texto?
-Absolutamente en nada. No sugerí ningún cambio.
¿Y con Rayuela?
-Con Rayuela tampoco. La única vez que con Cortázar sugerí algo fue con Los premios y creo que me equivoqué. Por eso el editor tiene que tener mucho cuidado. En esa novela, aparecían unos personajes que subían a un barco y pertenecían al pueblo común de Buenos Aires, pero cuando llegaban al puerto empezaban a hablar de Schönberg, de la pintura cubista... Eran unos cerebros realmente iluminados, y se lo dije a Julio: le dije que eso me resultaba un tanto inverosímil. Y Julio me dijo que lo tuvo en cuenta. Pero creo que me equivoqué porque allí había un efecto cómico, un efecto de humor que estaba bien ahora que lo pienso. No importaba la verosimilitud en ese libro, la verosimilitud de la vida cotidiana. Importaba, como siempre importa, la verosimilitud del relato. La verdad literaria del texto.
En los últimos años, varios escritores y críticos han desvalorizado la literatura de Cortázar. ¿Con qué argumentos saldría usted a defenderla?
–Hace unos años hice una antología de cuentos en homenaje a Julio en la que también trabajó su viuda, Aurora Bernárdez, y entonces releí muchos de sus cuentos. Y lo que creo que es casi inigualable en Cortázar, si pienso en la literatura escrita en español, es la transparencia del texto. Hay páginas, por ejemplo en El otro cielo, que es uno de sus cuentos menos populares, que recuerdo haber leído sin haber encontrado ninguna clase de perturbación para la comprensión. Y esa claridad que Cortázar tenía para escribir se veía también en la limpieza de sus originales. Eso sin contar la manera en que a la hora de escribir cartas él se sentaba, arrancaba con la primera línea y no paraba hasta el final. No dudaba, no corregía, no hacía un alto para pensar en la siguiente palabra. Las letras le salían de los dedos. Era algo realmente impresionante. Cartas perfectas, muy precisas y elocuentes, que escribía de un tirón y que así como las sacaba de la máquina de escribir las metía en un sobre. Eso, creo, tiene mucha relación con lo de la transparencia del texto. Ya los primeros cuentos de Cortázar, los de Bestiario, son verdaderas obras maestras. Aunque, pensándolo bien, no sé de cuáles argumentos se valen para descalificarlo.
Haber ocupado una posición privilegiada en el mundo editorial en la década del ’60 supuso, cuanto menos, estar en el lugar indicado en el momento justo. ¿Qué cosas de aquellos años recuerda con nostalgia?
–Recuerdo con nostalgia la satisfacción de publicar libros que yo creía admirables. Eso he dejado de hacerlo. No solamente porque trabajo menos sino también porque lo que se puede llamar el comercio de la literatura ha cambiado mucho. Ahora encontrás muy a menudo grupos editoriales cuyo único interés es gastar dinero y que forman parte de megacompañías cuyos intereses son básicamente financieros e inmobiliarios, y que por ahí les dedican un cinco por ciento de su organigrama a los libros. Esto, naturalmente, es una distorsión de lo que es la verdadera edición, la que está pasando a manos de los editores independientes.
Cortázar, García Márquez, Borges, Carlos Fuentes, Vargas Llosa y tantos otros, forman parte de una constelación de escritores que pertenece a una “edad de oro” de la literatura latinoamericana. ¿Cree que la literatura del continente no terminó de sacarse de encima el peso de esa tradición?
–Yo creo que la literatura latinoamericana, en general, y también la argentina, siguen siendo una especie de caldera de invención de futuro. Si pienso en la literatura española contemporánea, el escritor común vive muy atado a su tradición. Una tradición que ellos mismos se han inventado, por otra parte, y que es muy rara, porque omite libros. Es notable, por ejemplo, que el Quijote ha influido en todas las literaturas menos en la española. En la literatura española no hay derivados del Quijote, mientras que sí los hay en la literatura francesa y en la inglesa está Sterne y su Tristam Shandy. Otra cosa curiosa es que en la literatura española hay muy poca literatura fantástica, y la que hay es casi toda de fantasmas o de muertos. En cambio, en la Argentina, la literatura fantástica es tan normal, digamos, como la literatura realista. Vila Matas, que creo que es el escritor más interesante de España, por lo menos entre los que leo, escribe una literatura muy personal y hay lectores que suelen reprocharle que no sea más realista.
Pero no me contestó la pregunta... Después del boom, y con excepciones como por ejemplo la de Roberto Bolaño, ¿por qué cree que son tan pocos los escritores latinoamericanos que han trascendido internacionalmente?
–Pero ¿acaso no se puede decir lo mismo de casi todas las literaturas?

Si pensás en los años ’40, que fue una época de mucha lectura para mí, estaban Thomas Mann, Aldous Huxley, Virginia Woolf, William Faulkner... Era una constelación bastante poderosa. Y hoy... Hoy ya no es lo mismo, evidentemente. Hay más figuras individuales, aisladas, pero no hay un cielo completo de grandes escritores. También es posible que esté equivocado y que sea otro el panorama actual, aunque no tengo dudas de que la literatura latinoamericana y la argentina siguen siendo muy activas y absolutamente creadoras. Si llegan al nivel o no de los años ’60, no sé, no me parece una cuestión relevante. Es un error establecer juicios de valor en literatura en términos comparativos. No se puede decir que Rayuela sea superior a Cien años de soledad, ni que Cien años de soledad sea superior a Rayuela. Cuando comprendes, aceptas la palabra “incomparable”, ahí se resuelve el problema. Si un libro es incomparable, entonces no lo comparemos.
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