10 marzo 2010

Teresa Muñoz y Hernan Migoya en "La siega"


Dedicada a la labor editorial, la escritora Teresa Muñoz acaba de ser incluida en la seleccion de narrativa preparada por la revista española "La siega", donde destaca su cuento "La hierba buena" y un adelanto de la nueva novela de Hernan Migoya. Click en el enlace para leer el texto completo.

La hierba buena
María permanecía inmóvil bajo la lluvia mientras observaba desde la primera fila cómo los enterradores lapidaban con tochos y cemento ese agujero que cada vez se volvía más negro. Sus ojos apenas parpadeaban. Vestía con desagrado un riguroso luto, que aunque la desfavorecía, no lograba eclipsar su belleza. También iba de negro integral su suegra, a quien tenía a su derecha y cuyo llanto perdía y cobraba brío por momentos, como si se olvidara de por qué lloraba y de pronto lo recordara de nuevo. Al lado izquierdo de María estaba su hermana Ana, a quien el hábito protegía del aguacero que les había sorprendido sin paraguas ni botas impermeables. Cuando se hizo la oscuridad total en el cubículo donde habían metido la caja con Juan dentro, y la lápida de mármol estuvo bien sellada, se dio por concluido el sepelio y la poca gente que había acudido se esparció por las callejuelas ya embarradas del cementerio. María bajó la cabeza y se vio los pies hundidos en el lodo, pensó que sus zapatos podían estropearse y en que no tenía otros. Entonces les dijo a su suegra y a su hermana que era mejor marcharse a casa, allí ya no hacían nada. Ellas asintieron y empezaron a andar agarradas cada una a un brazo de María.

El verano había sido plácido. El calor se había soportado muy bien gracias a las precipitaciones tempranas, que regaron las tierras augurando una buena cosecha. A María le gustaba pasear campo a través después de la lluvia porque los olores se acentuaban y las hojas mojadas de las plantas que rozaba al caminar le refrescaban los tobillos. Ir a comprar huevos frescos a la granja era la excusa perfecta para disfrutar de una larga caminata a solas. Una tarde mientras regresaba de uno de esos paseos, estando ya en el último tramo de la carretera que muere en el pueblo, oyó el motor de un coche que se acercaba. Se preguntó quién podría ser porque pocos en el pueblo tenían coche y raramente llegaba gente de fuera. El coche fue aminorando la velocidad y al alcanzarla paró para preguntarle si quería que la acercara. El conductor era un hombre de mediana edad, quizás algo mayor que ella pero no mucho más, bien vestido y, a juzgar por su consideración, amable y educado. Ésa fue la primera impresión que se llevó de él María, pero no aceptó la invitación; el recorrido era corto y no justificaba subir al coche de un desconocido por muy galante que pareciera. El motor volvió a revolucionarse y María siguió caminando sin dejar de mirar cómo el automóvil se hacía cada vez más pequeño delante de ella. 

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