07 marzo 2010

Playas, el esperado nuevo libro de Carlos Calderon Fajardo

Que duda cabe: Carlos Calderon Fajardo es un autor que a lo largo de los años ha cultivado el arte de escribir con tal maestria que sus historias, en novelas alucinantes como la dedicada a la vampira Sarah Ellen (que anuncia una segunda parte), o en cuentos tan sorprendentes como Gyula (uno de mis favoritos) o Magaly (inolvidable escena final), que hacia falta un libro dedicado a las playas y al mar, ese mundo misterioso que tanto disfruta el escritor (enamorado eterno de las playas de Punta Negra, donde reside). Una coleccion de cuentos editado por Borrador editores que desde ya, se convierte en el imprescindible de la temporada. Corran a comprarlo. Los dejo con el texto de presentacion del libro, que estuvo a cargo de la notable escritora Katya Adaui.

¿Puedo amar el mar pese a que me robó a una abuela que no llegué a conocer?

Sí. Y el mar es la única incertidumbre que amo.

¿Puede Carlos amar el mar pese a la visión de cuerpos hinchados mordidos por los peces?

Por supuesto.

En las playas no hay que observar solo el horizonte, donde las aguas se mueven brillantes como la plata, siempre escondiendo o anunciando algo.

Hay que dedicarse con detenimiento a la orilla. Gaviotas, peces globo, caballitos de mar, pelícanos, lobos marinos. Si están con los ojos muy abiertos es que llegaron de lo más alto y de lo más hondo, decididos y solos, a nuestros pies.

La severidad del mar es implacable, excepto por sus historias. Por los aprendizajes que nos entrega como rachas de olas. Es cuestión de aprender a observarlo, como a él le gustaría, si pudiera saberlo.

Aquí quiero hablar de Robert Walser. Un escritor paseante que, como Carlos, se entregaba a observar lo cotidiano y a plasmar en lo que veía conocimientos universales. Él habla sobre un hombre que camina en un bosque y, a medida que las imágenes lo emocionan, los verdes árboles, las ramas a punto de ceder al peso de los frutos maduros, las luces de un pueblo pronto alcanzable, decide dejarse tocar “por la vida y sus ecos”.

A Carlos el mar lo ha influenciado; está hipnotizado por sus misterios tanto como por sus verdades. Por eso en su cuento titulado Solo vive en Pucusana se atreve a narrar la historia de un joven escritor que enfrenta al crítico literario que ha destrozado su primer libro, para hacerle una sola pregunta: “¿qué significa que usted haya escrito que en mis cuentos “no asoma en ningún momento el eco de la vida?”.

Carlos no se permite esto. Me lo imagino sentado donde termina la arena seca y comienza la húmeda. Tiene la tentación de hacer un túnel con las manos: no necesita esperar demasiado para encontrar agua a ambos lados. Sí, en sus cuentos todo dice vida: Y esta vida se divide en las 2 desembocaduras de un puente sobre la arena: los cuentos que conforman el grupo: del mar cercano… cuentos de amigos, amores y familias, íntimos; sonoros (porque en el mar, contrario a lo que se piensa, no hay silencios, por eso, hasta las caracolas tienen rumor de mar); nostálgicos de juventud, de las olas que ya no pueden correrse; de la belleza fugaz de las mariposas, puesto que viven solo un día; de la pobreza de los barracones y sus habitantes que le dan la espalda al mar; de los circos que llegan a las playas una vez al año, con sus cargamentos de perros pulgosos y actores miserables; de los deportistas anónimos de la Costa Verde; de las mujeres al sol y cuya existencia recién se confirma por la ropa de baño que se mece en el cordel; de los peces espada que buscó Hemingway y la ballena que midió su infierno con el cielo de Melville; del amigo que se ahogó en Cerro Azul y que trajo consigo la muerte del propio narrador.

Al otro lado del puente sobre la arena, en la Playa de la Familia de Mussolini, asistimos a momentos muy singulares en la vida de escritores… escritores para los que el mar tuvo momentos de revelación, pues es allí donde, imagina y sabe Carlos con precisión, van a enfrentarse a los monstruos, a la gracia y la belleza, a los caminos serpenteantes de la verdad: es en la orilla donde muere el mar, donde ellos nacen como escritores.

Este domingo acabé de leer Playas en El Silencio. Comprenderán lo perfecto del entorno. Hay que saber el momento exacto del clavado, de lo contrario, te puedes romper el cuello. Yo no conozco otra forma de ingresar al mar que no sea de un clavado. Eso de hacerlo de a poquitos, hasta creer que el agua fría ya se calentó, no es para mí. Seguro Carlos ingresa así al mar. Una niña golpeaba el agua cerca de mis amigos y de mí. Porque ellos estaban más cerca les dije: ayúdenla, se está ahogando. Uno de ellos le preguntó: ¿te estás ahogando? Y ella respondió: ¡sí!

Si ustedes son de los que no se bañarían en el mar de noche, porque temen la vida que se mueve secreta debajo de sus pies, no pueden leer este libro. Si ustedes son de los que toman baños de asiento, porque temen que la ola los arrastre, los revuelque y ya no puedan regresar a la orilla, tampoco pueden hacerlo. Para leer este libro hay que zambullirse una y otra vez sin mirar la bandera roja o adentrarse mar adentro en una lancha sin motor, como el fotógrafo que quiso retratar cuevas en Paracas y murió por no saber nadar y no tener chaleco, pero antes de embarcarse dijo: debo hacerlo. Es en las playas donde las personas que aman el mar comparten sus historias y esperan algún día llegar a ser parte de ellas. Es en las playas donde los buenos escritores, como Carlos, renacen a los ecos de la vida.

Si Carlos llama Playas a su libro y no Mares, es porque quiere que aprendamos de lo que él está viendo: miremos no lo que agoniza en el mar, sino lo que sobrevive en la orilla.

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