23 junio 2010

Luis Hernán Castañeda en una situación incómoda

Luis Hernán Castañeda (Perú, 1982) es un escritor prudente y de prosa refinada. Su primer libro, Casa de Islandia (2004), lo ubicó en el panorama limeño como uno de los nuevos narradores a tener en cuenta; un año después apareció la novela Hotel Europa, y en 2007, el libro de cuentos Fotografías de sala. Ha incursionado también en la literatura para jóvenes con la novela corta El chamán y la sacerdotisa y sus relatos han merecido espacio en antologías como Selección peruana, Disidentes y La mala nota. Actualmente es doctorando en literatura en la Universidad de Colorado, institución donde también imparte una que otra clase. Su próxima novela, El futuro de mi cuerpo, la primera entrega de una trilogía sobre peruanos en Estados Unidos y sobre escritores en Estados Unidos, está a punto de publicarse en su país. Castañeda es un narrador que muchos estiman. Y hoy, aunque sus familiares le hayan sugerido desatascar las cañerías del baño en vez de responder a este interrogatorio, Luis Hernán, incondicional como siempre, ha preferido ponerse en una situación incómoda.

Dime una cosa, ¿estás de acuerdo con aquellos esteticistas que dicen que no tienes ni un solo pelo?
Por desgracia, hay un pelín de verdad en esas declaraciones sobre mi calvicie. Hace varios años que mi cabeza es tierra de nadie. Como todos los hombres de mi familia, padezco una irremediable tonsura natural. Desde niño supe que la migración sería el destino de mi cabellera, que solía ser frondosa. Cuando miro una foto vieja pienso, inevitablemente, en una pradera de afganos. Sí hay ventajas: jamás me descubrirán una cana, por ausencia de infraestructura; resplandeceré en las fotos nocturnas; el bronceado integral será mi realidad cotidiana; nunca me pareceré a Steven Tyler. Quizá mis servicios serán apreciados en alguna campaña contra la deforestación. Tal vez me haga millonario inventando la cráneo-mancia, si es que no existe todavía. ¿Sabes cuánto dinero gasta un ser humano promedio en visitas a la peluquería a lo largo de su existencia? Invertiré esa fortuna en mi biblioteca. Hablo y hablo, pero no me hagas caso: daría lo que fuera por una última noche con mi melena perdida.

Pasando de lleno a lo literario, recuerdo que en uno de tus libros, la novela Hotel Europa, publicada en 2005, algunas mujeres ejercen la prostitución obligadas por un grupo paramilitar que se hace llamar “Los Románticos”. ¿Te consideras un tipo igual de “romántico” con las mujeres?
Soy un caballero. Lamentablemente, mi vida sentimental se parece demasiado a la historia de mi calvicie. No entraré en detalles, pero estoy convencido de que la literatura es nociva para el amor. Uno termina confundiéndolos, lo cual es un placer. Adoro actuar por periodos cortos; cada relación amorosa es la oportunidad de encarnar un personaje distinto, pero al final siempre sucede lo que pasa con los disfraces: hay que quitárselos, reemplazarlos para seguir el viaje de un cuento al siguiente. Dicho sea de paso, prefiero los cuentos a las novelas. Entre Chéjov y Tolstoi, me quedo con Augusto Monterroso. Las compañeras de viaje siempre me han gustado más que las novias, quizá porque yo mismo soy mejor compañero de viaje que novio. Ahora que mencionas mi novela Hotel Europa, pienso que es involuntariamente autobiográfica: mi historia romántica es un prostíbulo, y yo atiendo en todas las habitaciones al mismo tiempo. Hay laberintos, como mi hotel, para perderse la noche entera y fugarse al alba con otra historia que contar. En otras palabras, un noviazgo estable sería para mí como la calvicie irremediable de los afectos y la imaginación.
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