21 diciembre 2011

Un aplauso, un voto. Por Juan Manuel Chávez


Britney Spears llegó diez años tarde al Perú; y llegar tarde tiene sus consecuencias. Puede ser que ya nadie espere la visita o que ninguno valore el encuentro con la emoción que se siente por lo inaugural.
Sin embargo, Britney Spears sí tenía a miles aguardando por ella, fanáticas y no pocos fanáticos de entre veinte y treinta años que corearon sus canciones. Si bien, a su vez, fue un público de perspectiva crítica.
Diez años atrás, ese público era muy joven y adolescente, quizá lo suficientemente despreocupado como para sentir desagrado por los defectos del espectáculo. Hoy por hoy, ese mismo público ha presenciado en la ciudad, posiblemente, a Sting, Calle 13, Shakira o Metálica. Experiencias así modifican los patrones de juicio. A su vez, la estrella del pop ya no es la misma; la impronta de los excesos o los estragos de una maternidad llevada con cierto desorden, han restado energía a sus movimientos. Tan bella como en el pasado, más real o humana en todo caso, sus contorsiones en escena parecen lentas con respecto a los de su época de apogeo.
A decir verdad, la estrella del pop parecía la alumna promedio de un gimnasio en el que el ejercicio consistía en seguir las coreografías más famosas de Britney Spears. Fue un remedo de su pasado.

El espectáculo, que contaba con la compañía de una veintena de personas sobre un escenario movible y de varios niveles, podría pensarse como uno intencionalmente aparatoso si no fuera porque desde sus inicios, las presentaciones de Britney Spears siempre se han apoyado en la parafernalia: un híbrido entre el Cirque du Soleil y el programa de televisión Megaestructuras. Britney Spears se montó en una moto y luego navegó sobre madera en una embarcación de utilería; mientras que, a su alrededor, saltaban personajes egipcios, marchaban señoritos orientales y danzaban un par de vampiresas; todo, en medio de torres platinadas y arneses con alas. Por supuesto, también hubo ocasiones en que cantó.
Con todo, la estrella del pop no es la dueña del circo; sino, una de sus más atractivas esclavas. Semivestida durante toda la función como monito de feria, hay mucho de sometimiento a las exigencias del mercado, a la propia concepción que tiene de una carrera artística y a un imaginario de mujer que abusa del cuerpo como se emplean y, a la postre, descartan los objetos.

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Hay espectáculos y escenas de la vida que llegan tarde. No solo un concierto de jueves por la noche; también pueden tardar los grandes sucesos, como el que refleja la fotografía.
Hace medio siglo, las mujeres votaron por primera vez en el Perú. Hace medio siglo, un poco más, las mujeres participaron en la elección presidencial; pero la participación de ellas no fue tan masiva ni activa.
La foto es elocuente en un aspecto: los responsables de las mesas de votación y del escrutinio son varones. Cuatro, sentados en carpetas de colegio, llevan adelante el proceso mientras una decena de mujeres espera su turno.
Hay quienes sostienen que el general Manuel A. Odría, que aspiraba a reelegirse, temía ser derrotado por otros candidatos más progresistas; por tanto, impulsó el voto femenino, pues lo imaginaba conservador y, en tal sentido, de su lado.
La anécdota puede ser verídica; incluso, también puede ser cierto que el voto femenino fuera conservador; pero más conservador parece el sistema: en el local de votación, a los varones y a las mujeres se les han asignado filas diferentes.
Ellas, en esta foto paradigmática del hecho, sintetizan en muchos sentidos el tiempo que les tocó vivir: por ejemplo, el tamaño de los cuellos de las blusas remiten a la moda de los cincuenta o los rostros cetrinos de algunas patentizan el proceso de migración que se venía gestando, con el despoblamiento del Ande a favor de la capital. O, quizá, el conjunto de mujeres sintetiza sobre todo el rostro múltiple de la humanidad en torno a una actitud capital: las reacciones que tenemos en las situaciones que demandan nuestra responsabilidad. En la foto están las mujeres que ríen, por diversión o nerviosismo; está la inquieta y, a su vez, la curiosa; también la escéptica al lado de la distraída. Una se muestra indiferente y otra, adusta e, incluso, irritada.
La joven de nariz recta, cejas delineadas, boca inexpresiva y escrupuloso peinado de raya al costado es la protagonista de esta foto de incógnitos -los varones, a fin de cuentas, son el simple decorado de este cuadro, como las columnas y las tiendas para votar-. Su mirada, desafiante, no solo reta al fotógrafo sino al sistema que la ha impulsado a participar. Parece que su voto será una venganza. Para esta joven, pionera anónima de las reivindicaciones y la igualdad a partir de su gesto; para esta joven, posiblemente, el voto femenino no solo está llegando tarde, sino que también asoma con yerros y prejuicios.
Me gusta pensar que Manuel A. Odría no alcanzó el poder gracias a ella.
El voto femenino llegó tarde en el mundo, llegó tarde en el Perú y lo hizo además con defectos. No así Britney Spears.

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Al comienzo de este texto escribía que la estrella del pop llegó diez años tarde; pero no es cierto, pues llega tarde quien luego de haber comprometido su presencia se retrasa o pactó para un encuentro que mal cumple. Pero a Britney Spears no la ataban compromisos ni pactos; ella, sencillamente, un jueves por la noche cayó en la ciudad y pretendió brillar.
Y en algunos sentidos lo hizo, pues sus canciones fueron coreadas y los aplausos sobrevenían después de cada interpretación; será porque a fin de cuentas ella cayó como una oportunidad para cumplir los sueños antiguos de sus fanáticas y no pocos fanáticos; como cayó en su momento -o tarde llegó- el día preciso en que la mujer hizo su cola para votar y ejercer con menos restricciones su ciudadanía.
Cincuenta años median entre un evento público y el otro; a su vez, todo un universo entre el nivel de importancia que hay en los dos. No obstante lo antagónicos que son los motivos de cada reunión, me animó a creer contra el tiempo y la lógica, que la protagonista de la foto también estuvo en el concierto; al final, con la mirada adusta e, incluso, irritada.
Al salir del concierto, la protagonista de la foto comentó sin darse grandes ínfulas: “En mi casa, yo bailo mejor que Britney”. Con solo notar su resolución le creí. Algo similar habrá dicho de Odría.
Frente a los grandes momentos, aquellos eventos tan esperados o situaciones importantes para nuestra propia condición, ejercitar la inconformidad puede ser también el camino del proactivo. La vida es, muchas veces, el ejercicio glorioso del escepticismo.



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