03 mayo 2010

El verdadero Raymond Carver (por Stephen King)

Raymond Carver y Tess Gallagher

Raymond Carver, sin duda el cuentista estadounidense más importante de la segunda mitad del siglo XX, hace una temprana aparición en la exhaustiva –y en ocasiones extenuante– biografía de Carol Sklenicka [Raymond Carver. A Writer's Life, Scribera, todavía no traducida al español] a los tres o cuatro años de edad y con correa. "Claro que me veía obligada a tenerlo con correa", dijo mucho después su madre, Ella Carver, al parecer sin ironía alguna. La Sra. Carver podría haber tenido la idea adecuada. Al igual que los perplejos bebedores de clase media que pueblan sus relatos, Carver nunca parecía saber dónde estaba ni por qué se encontraba ahí. Una y otra vez me hacía pensar en un pasaje de Fantasmas, de Peter Straub: "El hombre simplemente manejaba, distraído por esa interminable telenovela de subordinados de los Estados Unidos".


Carver nació en Oregón en 1938 y pronto se mudó con su familia a Yakima, Washington. En 1956, los Carver se trasladaron a Chester, California. Un año después, Carver y un par de amigos andaban de juerga por México. A partir de ahí, los traslados se aceleraron, y eso nos lleva sólo hasta 1977, el año en que Carver tomó su último trago.
Durante la mayor parte de esos primeros años de constantes viajes, arrastró a sus dos hijos y a su sufriente esposa, Maryann, la heroína a la que por lo general no se le hace honor en el relato de Sklenicka. Los llevaba a los tres detrás de sí como latas atadas al paragolpes de una catramina que ningún concesionario en su sano juicio aceptaría. No es extraño que sus amigos bautizaran el auto con el nombre de Perro Corredor. Tampoco lo es que su madre le pusiera una correa cuando lo llevaba al centro de Yakima.
Si bien Ray Carver era brillante y talentoso, también era el tipo de bebedor destructivo que toca fondo y luego sigue enterrándose. Los asiduos concurrentes a Alcohólicos Anónimos saben que los borrachos como Carver son maestros de la curación geográfica que se niegan a admitir que si se sube a un tomador descontrolado a un avión en California, será un tomador descontrolado el que se baje en Chicago, Iowa o México.


Hasta mediados de 1977, Raymond Carver estaba fuera de control. Cuando dio clase en el Taller de Escritores de Iowa junto a John Cheever se convirtieron en compañeros de copas. "Lo único que hacíamos era tomar", dijo Carver haciendo referencia al semestre de otoño de 1973. "No creo que ninguno de los dos haya sacado nunca la funda de las cuatro máquinas de escribir que teníamos". Como Cheever no tenía auto, Carver ponía el transporte para las excursiones que hacían dos veces por semana. Les gustaba llegar al bar en el momento en que estaba abriendo. Cheever señaló en su diario que Carver era "un hombre muy bueno". También era un tomador irresponsable que solía irse sin pagar de los restaurantes, por más que seguramente sabía que era la camarera la que tenía que pagar la cuenta de semejantes clientes. Después de todo, su esposa a menudo trabajó como camarera para mantenerlo.

Maryann Burk y Raymond Carver

Era Maryann Burk Carver la que ganaba el pan en aquellos años mientras Ray tomaba, pescaba, estudiaba y empezaba a escribir los relatos que una generación de críticos y docentes calificaría erradamente de "minimalistas" o de "realistas sucios". El talento literario suele tener sus propias reglas, pero los escritores cuyo trabajo deslumbra por su profundidad y misterio a menudo son monstruos prosaicos en su casa. Maryann conoció al amor de su vida –o su calvario; Carver parece haber sido ambas cosas– en 1955, cuando trabajaba en un Spudnut Shop de Union Gap, Washington. Tenía catorce años. Cuando ella y Carver se casaron en 1957 le faltaban dos meses para cumplir 17 años y estaba embarazada. Antes de cumplir 18 descubrió que estaba embarazada otra vez. Durante los siguientes veinticinco años fue camarera en bares y restaurantes, vendedora de enciclopedias y maestra. Poco después de casarse pasó dos semanas envasando fruta para comprarle a Carver su primera máquina de escribir.

Ella era hermosa; él era tosco, posesivo y, en ocasiones, violento. Carver consideraba que sus propias infidelidades no justificaban las de ella. Cuando Maryann incurrió en un "flirteo" luego de haber bebido un poco en una comida en 1975 –época para la cual el alcoholismo de Carver se encontraba en su apogeo–, la golpeó en la cabeza con una botella de vino. Le cortó una arteria cerca del oído y casi la mata. "Necesitaba 'una ilusión de libertad'", escribe Sklenicka, "pero no podía soportar la idea de que ella estuviera con otro hombre". Es uno de los pocos momentos en que Sklenicka da muestras de solidaridad con la mujer que mantuvo a Carver y que nunca pareció dejar de amarlo. Si bien Sklenicka transmite cierta veneración por Carver escritor y sin duda entiende la influencia destructiva que tuvo el alcohol en su vida, prácticamente no abre juicio en lo relativo a Carver como borracho desagradable y marido desagradecido (además de, en ocasiones, peligroso). Cita a la novelista Diane Smith (Letters from Yellowstone), que dijo "Fue una mala generación de hombres", y deja las cosas ahí. Cuando cita declaraciones de Maryann, que se calificaba de "Cenicienta literaria que vive en el exilio en aras de la carrera de Carver", la primera esposa aparece sólo como una ex mujer quejosa. Ray y Maryann estuvieron casados veinticinco años, y fue durante esos años que Carver escribió el grueso de su obra. El tiempo que pasó con la poeta Tess Gallagher, la única otra mujer importante de su vida, fue menos de la mitad que eso.


Sin embargo, fue Gallagher la que cosechó los beneficios personales de la sobriedad de Carver (dejó de tomar un año antes de que ambos se enamoraran), así como también los económicos. Durante el juicio de divorcio, el abogado de Maryann dijo –eso me incomoda y en cierto grado atenta contra mi capacidad de disfrutar de los cuentos de Carver– que sin un acuerdo judicial digno, la vida de Maryann luego del divorcio sería "como una bolsa de picaportes que no abrirían puerta alguna".


La respuesta de Maryann fue: "Ray dice que va a mandar dinero todos los meses, y yo le creo". Carver cumplió la promesa, con cuotas de protesta. Cuando murió en 1988, sin embargo, la mujer que lo había sostenido económicamente descubrió que había quedado al margen del cobro del producto de la venta de los populares tomos de cuentos del escritor.

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Un video de regalo:

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero que guapo era el Raymong Carver. ¡Realmente como para mantenerlo!
Habrá un cuentista tan guapo como Carver por acá, que valga la pena mantenerlo...Enumere sus bondades señor Rimalti o Rimachi o...no sé.

Poetas Inmortales.

PS.: convence pues

LuchinG dijo...

Debe ser lo máximo leer ambas versiones y compararlas. ¿Sabes si van a publicar "Principiantes" en castellano?

Gabriel Rimachi Sialer dijo...

Anónimo inmortal, no tengo bondad alguna que merezca ser resaltada. Luching, sería genial tener ese texto en castellano, pero no sé si lo publicarán (aunque hay muchas cosas publicadas en castellano que no llegan por estos lares). Gracias por darte una vuelta por acá.

Anónimo dijo...

Excelente el regalito, se debe agradecer¡¡¡¡¡