18 abril 2008

El alto riesgo de escribir

Bartleby es ese inolvidable personaje de Melville, oficinista sepultado, que repite ante las órdenes que no se refieren estrictamente a su trabajo: "Preferiría no hacerlo". Vila-Matas ve en él el paradigma del No, y construye este "artefacto literario" -como lo ha denominado Ignacio Vidal-Folch - alrededor de su resistencia y de su negación. Los bartlebys de la literatura componen una extraña y numerosa secta que caracteriza "el estado de pronóstico grave -pero sumamente estimulante- de la literatura de este fin de milenio". El propio narrador ha sufrido ese síndrome: dejó de escribir tras un desgraciado incidente con su padre. Pero, años después, logra liberarse de la enfermedad a base de redactar estas "notas a pie de página" que comentan un texto invisible: el del silencio literario -sumamente elocuente- de sus colegas de profesión. "Sólo me interesan los escritores que se esconden", asegura de entrada, para lanzarse después al repaso inconexo, y a veces detectivesco, de esas piezas excéntricas. Sumergirse en la lectura de estos comentarios equivale a "hacerse socio de un club al estilo del club de los negocios raros de Chesterton". Los bartlebys también son raros, porque nunca escribieron o dejaron de escribir tras uno o dos libros brillantes, o porque ocultan celosamente su identidad. Ahí están Rulfo, Salinger, Rimbaud, Alfau, Gracq, el problema de la identidad de B. Traven, el enigma Pynchon o Felisberto Hernández, que nunca terminaba sus cuentos. El narrador indaga en las razones profundas del abandono, que no son otras que las que tienen que ver con la moderna desconfianza en las palabras. Quienes piensan que ya está todo dicho sólo pueden aspirar a la repetición, la glosa o el espionaje. Vila-Matas, siempre fronterizo, ofrece en estas páginas un producto suculento, como todos los suyos. Las sorpresas se suceden, las invenciones se imbrican con naturalidad en los datos biográficos, la carcajada salta de repente en un quiebro de tono inesperado. El texto se abre en muchas direcciones, los estilos se mezclan y se suceden, la atmósfera de complicidad crece. El ingenio de Vila-Matas multiplica las connotaciones bartleby: hay desfallecimientos bartleby -como el que impide a Tolstoi concluir la última frase de su diario-, hay escritores antibartlebys -el caso de Simenon, a novela por semana, o el de Valéry, bartleby sin embargo- y existen también bartlebys en el momento de la despedida de la vida y de la literatura, como Cervantes en el emocionado Prólogo del 'Persiles'. Al fondo, Vila-Matas cree ver a Dios que calla, "maestro del silencio", que escribe sin embargo a través de persona interpuesta. "Escribir es una actividad de alto riesgo", asegura el jorobado narrador que, sin familia ni dinero, es sin embargo feliz. Hay que agradecer a Vila-Matas esa apuesta -que mantiene con el tiempo- y esa sana rareza que continúa abriendo nuevas vías en la literatura actual, tan necesitada de humor, profundidad y extrañamiento para no caer en la aburrida complacencia de lo establecido.
Pedro de Miguel

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