17 febrero 2012

Andrés Mauricio Muñoz en Situaciones incómodas, de Salvador Luis


Andrés Mauricio Muñoz (Colombia, 1974) es un escritor obsesionado con la sociedad de nuestros días. Ha publicado la novela corta Te recordé ayer, Raquel (2004) y el conjunto de ficción breve Desasosiegos menores(Editorial Casatomada, 2011). En 2006 ganó el Concurso Nacional de Cuento de la revista Libros y Letras y en 2007 obtuvo el primer lugar en el Premio Literario Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Forma parte de la antología de cuento colombiano El corazón habitado (Editorial Algaida, 2010) y ha publicado en reconocidas revistas como El Malpensante y Rio Grande Review. Sus detractores suelen decir, llenos de celos y cargados de ansiolíticos, que este narrador oriundo de la ciudad de Popayán debió dedicarse a la carpintería; nosotros, honestamente, no lo creemos atinado. Andrés Mauricio Muñoz es un ingeniero de la palabra. Y hoy, aunque sentarse a leer el diario y quitarse las pantuflas parezcan actividades más amenas que responder a este interrogatorio de cafetín, Andrés, incondicional como siempre, ha preferido ponerse en una situación incómoda.
¿Alguna vez quisiste ser bombero?
Quise ser muchas cosas en mi niñez; algunas de ellas, vale decirlo, me avergüenzan un poco, porque en algún momento quise ser la Mujer Maravilla, por ejemplo. Bombero, lo que se dice bombero, no. Pero bueno, también vale decir que sí anhelé con todas mis fuerzas ser algo que se le parece mucho en indumentaria: recolector de basura. Muchas veces me quedaba frente a la ventana viendo cómo estos tipos, enfundados dentro de sus overoles, armados de sendos guantes  y un casco bien ajustado a la cabeza, corrían como superhéroes tras el carro de basura abrazados a canecas y bolsas que yo ni siquiera conseguía arrastrar un metro. Varias veces, entusiasmado, abriendo los ojos con evidente desmesura, se lo dije a papá: “Papá, eso es lo que quiero ser en la vida.” Papá me miraba, me sobaba la cabeza y decía: “claro que sí, viuchi (así me decía de cariño), tú sabes que papá te apoya, pero te apuesto que más adelante cambiarás de opinión.”
Esa sí que es una enseñanza que enternece. Directa al grano y al hígado de la clase trabajadora municipal. Bueno, ya que hemos hurgado en el baúl de los recuerdos, me toca a mí contarte que de niño quería ser como el arqueólogo Indiana, pero luego me enteré de que los arqueólogos no utilizan un látigo ni se quedan con la guapa de la película y mi carrera se fue al diablo de sopetón. ¿Crees que dejar de desenterrar momias y catalogar vasijas de barro fue la decisión correcta para mí? 
Pues, hombre, qué te diré. Creo que sí, que hiciste lo correcto. Ahora existen formas mucho más amenas para quedarse con la guapa de la película. No precisamente siendo escritor, aunque en ciertos casos de “alicoramiento” eso ayuda; en realidad todo es cuestión de ingenio. Alguien dijo que “el hubiera” no existe; sin embargo, eso me hace creer que no hay nada más real que “el hubiera”. Si no fuera así, ¿quién es ese duendecillo que se sienta en tu hombro (el pecho henchido de orgullo y la cara golosa) a recordarte a cada tanto lo que hubiera sido de ti si…? Si ese es tu caso, te recomiendo alguna terapia que induzca en tu mente regresiones en las que seas de verdad Indiana Jones o algo que se le parezca. Pero te reitero, hiciste lo correcto ¿Quién hubiera publicado Los Noveles, esta columna o escrito los libros que has escrito si no hubieras dejado la arqueología? ¿Indiana Jones? No lo creo, el tipo para esto no sirve. Además, viéndolo bien, en cierta forma lo que haces se asemeja un poco a la búsqueda de tesoros.
Mira, si lo que en realidad quieres decir es que como editor combato al Tercer Reich, pues voy a desenmascararme de una vez: tengo varios modelos para armar de la Luftwaffe y un par de monográficos ilustrados del Junkers JU87. Claro, son colecciones realmente amateur y no merecen la pena para los grandes aficionados, así que volvamos a lo nuestro antes de que me echen los jefes. LeíDesasosiegos menores (Casatomada, 2011), un libro de cuentos en el que hallé varias mujeres y hombres sufridos, gente aplastada y desterritorializada por la rutina de hoy, infelicidad y monserga como en las mejores telenovelas de la Rede Globo. Debo confesarte, sin embargo, que me sorprendió dar con una ficción acerca de un supuesto hijo perdido de Barack Obama. Pensé que el presidente de losEstados Unidos sólo había engendrado un par de niñitas. ¿Cómo llegaste a ese descubrimiento, Andrés? 
Me gusta esa breve descripción que haces de mis personajes. Me gusta porque eso son, gente aplastada por la rutina; es decir, gente que camina por inercia, pero que a cada paso se pregunta el porqué de ciertas cosas que le agobian. De alguna forma eso nos pasa a todos, sólo que a veces el efecto de perturbación parece agazaparse dentro de nosotros decidido a no molestar; otras veces, claro, se mueve o ronca, o se tira un pedo y nos estruja el alma. Por eso me atraen tanto los personajes de Julio Ramón Ribeyro y Raymond Carver, porque en ellos encuentro el tipo de gente que me gusta explorar en la literatura. En cuanto a Ramiro Balanta, el hijo de Barack Obama, y no el “supuesto hijo”, como te refieres a él con cierta sutileza entendible, tengo que decirte que sí, existe. Este cuento fue escrito después de un riguroso y peligroso proceso de investigación (amenazas provenientes de la Casa Blanca incluidas), visitas al departamento del Chocó, Colombia, donde hay cientos de barackobamas que por cuestiones de la vida no cuentan con la misma suerte del ahora presidente de los Estados Unidos. Poniéndonos un poco serios, lo cual a veces me resulta un tanto complicado, este es un cuento que da testimonio de un fenómeno bastante interesante que se dio en Colombia a raíz de la elección en Estados Unidos de Barack Obama como presidente. El hecho de que, por primera vez en la historia, un afro descendiente llegara al poder en ese país despertó un particular júbilo y regocijo en varias poblaciones colombianas. Poblaciones bastante olvidadas, por cierto. Estoy hablando de gente volcada a las calles, bailando y celebrando, completamente embriagados, entregados a un improvisado carnaval. De alguna manera ellos, aunque su suerte y oportunidades fueran muy distintas a las que seguramente tuvo el ahora presidente, veían en ese triunfo una especie de reconocimiento a los años de lucha, marginación y sufrimiento a los que han sido sometidos. Quizá el destino seguiría siendo el mismo para ellos; pero bueno, imposible no sentir que alguna puerta, por pequeña o distante que fuera, se les abría en las narices.
Debo admitir que me encanta la literatura con fines tan desprendidos, Andrés. Y lo digo públicamente, no dudaría en darle mi voto a Ramiro Balanta si se postulara al cargo de concejal o tesorero. Ahora bien, y dímelo con sinceridad, por favor, ¿tienes algún hijo perdido en ese indómito continente que llamamos América?
La pregunta, lo juro, brinca de un lado para otro de mi cabeza desde hace mucho tiempo. Una vez, hace como dieciocho años, viajé a la Habana, Cuba, para un evento de la universidad. Pues bien, allá, haciendo gala de lo poco que sabía en el arte de la seducción, llevé a una cubanita a la cama. Digo cubanita porque tanto ella como yo éramos chiquitos. La cuestión es que como (y me vale un pepino confesarlo) era virgen por ese entonces, no sabía muy bien cómo utilizar aquel adminículo para el amor que se llamaba y se sigue llamando condón. Esa falta de pericia hizo que, al terminar el acto, cuando en forma instintiva pretendí retirarlo, ya no lo encontrara. En algún momento, mientras me esmeraba sobre la cubanita, esa vaina se perdió; y claro, asustado como estaba hurgué por todos lados en su búsqueda: sobre las sábanas, en el suelo, entre los pliegues de la cobijas, entre los pliegues de la cubanita; siendo literal, debo decir que busqué dentro y fuera de ella. Pero nada. Nunca apareció. Desde entonces sueño que, en un hipotético regreso a la isla, un niño como de cinco años (porque a lo largo de los años jamás ha crecido un centímetro) corre tras de mí diciéndome papá y pretendiendo que lo lleve conmigo.
Vaya, esto sí que encajaría en la portada de un tabloide británico, ¿eh? Con un buen fotomontaje y el titular correcto la noticia hasta podría terminar en los talk shows más exigentes de la televisión por cable. Pues eso, Andrés, lamento decirte que me apetece vender tu historia al mejor postor, lo siento mucho. Pero para terminar en buenos términos al menos por hoy, dime con franqueza: ¿cuántas vidas crees en verdad que tiene un gato?
Esta pregunta me hace recordar “El gato negro” de Poe. Lo releí hace poco porque ando metido de cabeza en una revista de género negro llamada Aceitedeperro, y justamente en la búsqueda de material para un número dedicado a lo siniestro, me encontré de nuevo con esa historia. Esta noche no podré dormir tranquilo; pero bueno, aprovecharé para escribir tanto como me sea posible. En cuanto a tu pregunta, la verdad es que no sé. Podría decir que una, porque el gato de una vecina, que murió cuando yo tenía como doce años y cuya muerte pretendieron endilgarme, aún no ha resucitado. Hay teorías que proponen que los gatos tienen siete vidas, otras prefieren decir que tienen nueve, de tal manera que, si entramos en estos terrenos, el asunto se complica un poco. Para terminar te diré que a mi mejor amigo, desde que tengo memoria, le decimos “El gato”; así que por el bien del hombre espero que sean muchas vidas.

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