El último
Ribeyro
A principios de
la década del noventa, Julio Ramón Ribeyro eligió a Lima como su ciudad final.
Volvió al mar tras su largo y voluntario exilio parisino. Aquí le esperaban sus
amigos, nuevas aunque breves ilusiones, cierta dicha que alumbró sus años finales.
Así lo recuerdan el escritor Guillermo Niño de Guzmán y su editor Jaime
Campodónico: feliz, bebiendo vino, contemplando el mar e insólitamente locuaz
con sus amigos.
Por Enrique
Sánchez Hernani
Nunca crucé
palabra con Julio Ramón Ribeyro. Un día Guillermo Niño de Guzmán pretendió
presentármelo. No recuerdo el año, pero sí la hora: 11 de la mañana, Hotel
Crillón. JRR llegó puntual, Willy demoraba. Él, como no me conocía, pasó veloz
hacia el bar del hotel. Cuando Willy llegó, JRR ya no tenía ánimos de hablar
con un extraño. Apenas me dio su mano de dedos muy finos. Saliendo del hotel,
JRR parecía un ave de paso que huía del mundo. Ahora son las 11 de la mañana de
otro día y otro año. JRR no está más. Willy me ha citado a su departamento
miraflorino para hablar del amigo ausente. No hay vino, sólo dos vasos de Coca
Cola con hielo. Willy piensa en voz alta. "Julio Ramón volvió al Perú
porque al cabo de tantos años fuera sentía nostalgia. Juzgaba que había
cumplido su ciclo europeo. El París que él había conocido no existía más. La
mayoría de amigos que había frecuentado o se había ido o había muerto. Tampoco
hacía ya la misma vida que se hace de joven en los bares, los cafés. Creo que
se sentía un poco solo".
"Notó que
cada vez que venía al Perú despertaba una calurosa acogida de parte de los
jóvenes. Le gustaba ir a Barranco, sobre todo a La Noche; allí incluso tenía su
mesa. Los chicos se le acercaban espontáneamente a conversar. Eso me sorprendió
porque en los años anteriores no quería conocer gente y solo toleraba estar con
algunos amigos queridos. Una vez me contó que se sintió muy halagado cuando,
caminando por Barranco, lo detuvo un joven con un libro suyo y le pidió que se
lo autografiara. Con el tiempo se acostumbró a disfrutar de esa pequeña fama".
***
Quien también
recuerda a JRR es Jaime Campodónico, su editor en Lima. No sé si todo es
casual, pero recibí una cita suya para hablar sobre JRR también a las 11 de la
mañana, en su imprenta de Breña.
"El año 88
conocí a Julio Ramón, cuando Willy Niño lo llevó a Las Mesitas de Barranco.
Entonces ya pensaba instalarse en Lima. Creo que lo hacía porque ya se había
comprado un departamento en Barranco. Le gustaba el mar. Cuando lo conocí, al
principio, era bastante callado, observador. Pero después mantuvo mucha
confianza conmigo y era bastante sociable cuando lo visitábamos, muy atento.
"Hablábamos no sólo de sus libros sino también de fútbol. Me dijo que era
hincha de la 'U' y que no había vuelto al estadio desde el partido de despedida
de Lolo Fernández, antes de irse a Europa. Entonces nos fuimos a ver a la 'U',
como el año 92 o 93. Recuerdo además que en una época se le dio por ir a los
casinos con Willy, y con suerte, pues ganó algo de plata".
"Otra tema
del que hablábamos era la pintura. En su departamento de Barranco tenía dos
cuadros pequeños de Joan Miró y de otros amigos. A pesar de su apariencia de
parquedad era muy jovial, pero dentro de su grupo de amigos, formado por Willy,
Fernando Ampuero, Abelardo Oquendo, Balo Sánchez León, Toño Cisneros, Moncloa,
su hermano y Carlos Calderón Fajardo. Además tenía un grupo de amigas que iba a
verlo".
***
La mañana en el
departamento de Willy se ha detenido. Por lo menos eso me parece. Puede que
sigan siendo las 11 de la mañana. La Coca Cola y el hielo no se acaban. Un JRR
distinto es el que va apareciendo en lo que Niño de Guzmán me cuenta. "Una
de las actividades extraliterarias que más esperaba Julio Ramón era el paseo en
bicicleta de los días sábado, junto a Antonio Cisneros y Fernando Ampuero, por
los malecones. Ribeyro no tenía mucha fuerza física por lo que no hacía el
trayecto largo. Nosotros veníamos desde Miraflores, lo recogíamos en su
departamento de Barranco y pedaleábamos por el malecón hasta llegar a la
avenida Pedro de Osma. Por lo general nos deteníamos en la bodega de un vasco
en esa misma avenida. Eso era lo que más le agradaba a él. En esa 'escala
técnica' como le decíamos, el vasco nos ponía papas, jamones y una botella de
jerez helado, del fino. Luego regresábamos y él ya se quedaba en su
departamento".
"También le
gustaba mucho estar con su familia y era muy querido por sus sobrinos y su
hermano. Había adquirido la costumbre de ver, cada mes creo, una pelea
internacional de box. A eso Ribeyro le llamaba 'el rincón del box'. Veía las
peleas en medio de gran camaradería con sus familiares hombres, pues él fue un
gran aficionado desde joven, aunque nunca lo practicara. Entonces él y su
hermano Juan Antonio preparaban el famoso cóctel llamado 'el brevis', que
habían inventado. Lo servían en un vaso muy largo, como un florero, donde
entraban todos los licores imaginables".
***
Suerte que JRR
se topó en Lima con auténticos amigos. Desde que volvió en la década del
noventa su vida recuperó un aire reparador. Willy así lo cree y me narra
ciertos pasajes que dan cuenta de esos instantes felices, sin niebla, de puro
fulgor. "Cuando volvió a Lima sintió una renovación vital, aún cuando el
Perú de los noventas no era el que conoció en su juventud, pero era una
realidad con la que se sentía cómodo pese a las dificultades del país en esos
años. No lamentaba haber dejado París aunque su biblioteca estaba allá, así
como su esposa y su hijo, aunque por entonces ya llevaban vidas separadas.
Hacia sus
últimos años sintió una atracción por una mujer que derivó en un sentimiento
amoroso, algo que él instintivamente rechazaba, supongo que a causa de viejos
desengaños o por su carácter desconfiado. Una vez me animé a preguntarle en un
momento favorable a las confidencias si es que estaba enamorado. Él dudó un poco
pero finalmente me dijo: 'Sí, pero tengo un problema'. Su voz tembló en ese
momento. 'Qué le puedo ofrecer a una chica menor que yo. A lo sumo, me dijo, a
mí me quedarán unos diez años más de vida'. A pesar de su cautela, se vio
arrastrado por esa pasión, con gusto".
***
Las máquinas que
resuenan a la distancia en la imprenta de Breña de Campodónico son las mismas
que imprimieron los libros de JRR, de Los dichos de Lúder a los diarios. Jaime
debe tener un poco más de canas que entonces. Pero su memoria sigue intacta.
Prosigue hablando de JRR.
"Julio
Ramón se instalaba a eso de las diez de la mañana en su escritorio del segundo
piso de su dúplex, a escribir. A las once de la mañana abría su botella de vino
y bebía la primera copa. Muchas veces le acompañé a comprar vino y sabía de sus
marcas predilectas. Incluso una vez me habló de instalar en el sótano de la
casa de su hermano en Miraflores, una cava y un lugar donde enseñar cata y
enología, cosas que había estudiado en Europa".
"Hizo su
vida normal hasta que regresó del viaje a Nueva York que hizo con su novia
Anita, de donde ya vino mal. Pasó a la clínica y de allí a Neoplásicas. Yo lo
visité algunas veces. Incluso le llevé mi VHS y unos videos con los mejores
goles del Mundial de fútbol más unas películas. Entonces ya se podía conversar
muy poco con él; los médicos no permitían visitas largas".
***
Puede que ahora
recién estén transcurriendo las once de la mañana. Lo noto porque la Coca Cola
y el hielo van desapareciendo. Willy apura el último sorbo, el último recuerdo.
Creo que por fin he conocido a JRR, aunque ya no pueda volver a darle la mano.
Otra vez me habla Niño de Guzmán:
"El 94
emprende su viaje a los Estados Unidos con su novia. Hace una escala en Miami,
donde se encontraba su gran amigo de la infancia, el artista Emilio Rodríguez
Larraín. Luego sigue a Nueva York, donde empieza a sentirse mal, al punto que
debe buscar atención médica de emergencia y regresar cuanto antes a Lima. A su
vuelta, ingresó a una clínica y ya nunca más salió, salvo para ser llevado a
Neoplásicas".
"Allá iba a
verlo con frecuencia. El problema era que ya no quería que lo vieran porque se
sentía muy mal de mostrarse en esas circunstancias. Un día me hizo llamar y al
tratar de darle ánimos, él me dijo, no, yo ya estoy acabado. Y se levantó un
poco la bata del hospital para mostrarme sus piernas, su cuerpo totalmente
consumido. Él, que habitualmente era flaco, ahora era casi un cadáver".
"La
siguiente vez que lo vi, me pidió que fuera a su casa y pusiera a buen recaudo
sus diarios íntimos, él quería que los publicara Jaime Campodónico. Me dijo que
ya no aguantaba más y que sabía que se iba a morir, y me quería pedir un gran
favor: que quería salir del hospital y reunirse con sus mejores amigos para
tomarse unos vinos, a modo de velada final. Me dijo además que me iba a dar el
dinero para conseguir a una enfermera, con el fin de que cuando concluyera la
velada le pusiera una sobredosis de morfina. Padecí mucho por eso, porque no
sabía cómo actuar. Al cabo de tres días me avisaron que Julio había
muerto".
Concluye la
mañana en Miraflores. Salgo del departamento. Es notorio que ya no son las once
de la mañana. La neblina se desplaza con pereza, quizá hacia Barranco. Adiós
Julio Ramón, tus libros me esperan en casa.
Tomado del blog Los Dichos de Ribeyro (CLICK AQUI)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario