La literatura fantástica no ocupa un primer plano en la
atención del lector literario peruano porque existe una requisitoria antigua en
su contra o que se ha entendido que es en su contra, que viene desde Grecia y
Roma y adquiere versiones locales de igual carácter pedagógico. La forma
antigua señala que el gran arte tiene propósito trascendental y aspira al
mármol; en esa comprensión, la literatura fantástica parece un divertimento, el
delirante pasatiempo de adultos dedicados a los juegos de los niños. La forma
nacional advierte que la literatura revisa la vida social peruana para
desenmascarar las estafas de los poderosos, reescribir, desde los fueros de la
literatura, la historia oficial, formulada por lo común desde la prepotencia de
quien manda; desde esta comprensión la literatura fantástica es una trivialidad
o una deslealtad, una manera de no enseñar al lector cómo es de verdad la vida
real y cómo revolucionarla. Contra estos prejuicios poco o ningún valor ha
tenido que el prosista más revolucionario del siglo XX, Jorge Luis Borges, haya
sido un cultor del género fantástico, ni que un apasionado militante de
izquierdas, el escritor Julio Cortázar, haya formulado una concepción narrativa
que exaltó lo imposible y no, por ejemplo, el minucioso retrato de las miserias
de Argentina, nación de la que se exilió por motivos personales y políticos. La
tarea de divulgar que tales prejuicios son falsos le compete, por tanto,
necesariamente, al segundo volumen de 17 fantásticos cuentos peruanos, volumen
2, que publica Casatomada (Lima, 2012) ; es decir, refutar las afirmaciones que
señalan que no puede haber gran literatura en género fantástico; y que la
literatura peruana valiosa solo se escribe en clave realista.
Conviene aclarar qué se entiende por fantástico y qué se
sigue entendiendo. El género fantástico no se refiere a un mundo en particular,
sino a una puerta a ese mundo. Existe
nuestro mundo moderno preñado de seguridades domésticas: que el sol sale todos
los días, que las personas hacen ciertas labores como levantarse temprano,
lavarse los dientes, cruzar la avenida. El género fantástico introduce una
hipótesis inquietante: que esa existencia tiene la contextura de una película,
que porque es veloz y asumida ignoramos por completo que su rapidez encubre a
la vista que está fracturada, como los filmes, que si los corrieran más lentos
distinguiríamos que están formados por cientos de fotogramas, separados unos de
otros por brechas negras. La hipótesis de lo fantástico supone, como es obvio,
que por esas brechas pueden penetrar acontecimientos imposibles. Como si en
esta sala, en una conferencia de orden absolutamente predecible, con
presentadores cronometrados para hablar quince minutos de manera absolutamente rutinaria
se abriera una brecha en el continuo tiempo espacio y apareciera una mano de
diez metros desde el techo y una voz dijera “Soy Dios”.
Aquí cabe indicar que, desde un punto estrictamente
literario, Dios es una criatura fantástica: en el Éxodo un grupo de judíos
liderados por Moisés son sometidos a la cruda vida del desierto, a la
disciplina de un líder astuto y, por lo que se puede suponer, carnicero. Esta
vida es interceptada periódicamente por una voz en la niebla, por una zarza
ardiendo, por otra voz en lo alto del Monte Sinaí. Estas voces sostienen
plausiblemente la posibilidad de que son Dios. En la lectura de la Biblia como
literatura, Dios es la irrupción de lo imposible. Curiosamente, y contra lo que
señala la facilidad del adjetivo, mundos como los inventados por Tolkien o
Lucas no son fantásticos, son fantasiosos. Desde un inicio asumimos que en
ellos lo imposible es pan de todos los días, que la magia es una regla antes
que una excepción, que el bien y el mal encarnan frecuentemente en deslumbrantes
criaturas. Ello es, en sentido estricto, fantasía de espadas y brujos, o de
naves espaciales y robots. Fantasía. No hay rutina o mundo real al cual
desmantelar o aplastar como un débil cáscara de nuez. No obstante, la difusión
y la acogida de la fantasía de entretenimiento por parte de grandes públicos ha
contribuido a la del género fantástico casi por osmosis. Inevitablemente, en la
búsqueda de temas y tópicos, la industria del entrenamiento ha recurrido a la
literatura y esta a la fantasía para masas en intercambio fructífero. El camino
más frecuente es este: las novelas
gráficas sobre superhéroes de Alan Moore o las películas de ciencia ficción de
Stanley Kubrick y Ridley Scott han permitido mostrar que desde un ámbito en
apariencia inhóspito para la seriedad se pueden tratar grandes temas,
conmovedores temas, despiadados temas que afectan a los seres humanos en su
generalidad. No es casual que las novelas de ciencia ficción de Phil K. Dick,
uno de los escritores más alucinados de su promoción, se conviertan
frecuentemente en estos días en guiones de películas. Los temas de Dick son los
sueños dentro de los sueños, la muerte, la existencia de Dios. Debido al
influjo de la industria del entretenimiento de masas, las ficciones sobre
miradas imposibles se han revitalizado y los nuevos escritores que cultivan el
género fantástico han surgido al calor de los cuentos de Borges y Cortázar,
pero también de la ficción de fantasía que se ha apropiado de la imaginación
intelectual posterior a los años ochenta; además, lo fantástico ha tomado
materiales de algunas visiones apocalípticas en nuevos formatos de la esfera de
la cultura popular de masas del siglo XX (la imaginación sobre el milenio). En
17 fantásticos cuentos peruanos, de Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor,
conviven con fortuna todas estas aproximaciones que señalan la vitalidad de lo
más ortodoxo y, a la vez, de las novedades que incrusta el nuevo siglo.
Así, en el libro asistimos una vez más a la puesta en escena
de la vieja leyenda del doble, que es, a su vez, la consecuencia natural de
postular las Antípodas. Existe un lugar de la esfera del orbe, dicen los
antiguos, que es exactamente opuesto al que estamos, donde viven seres que,
aunque idénticos, son nuestros exactos contrarios. Si algún día diéramos con
nuestro doble, con nuestro antípoda, buscaríamos matarnos, dice la leyenda,
para evitar la contradicción de que convivan dos formas que, en verdad , son el
mismo ser. Julio Cortázar, en su cuento “Continuidad de los Parques, introdujo
la variedad letrada de esta leyenda: cabe la posibilidad de que el doble de un
lector no pertenezca a este mundo sino al de las novelas, y que el asesino de
la ficción mate al doble y mate, en realidad, también al lector. Ambas
posibilidades del canon fantástico, dobles y dobles dentro de textos, se
actualizan con creatividad en las plumas de los autores reunidos en el libro
que hoy presentamos.
Del mismo modo, la leyenda prohíbe caminar de noche por el
bosque porque lo habita el lobo, o el hombre lobo o es la seña de los reinos
nocturnos, que quizás son otras maneras de llamar a los predadores nocturnos.
Recomienda que se prefiera la ciudad racional e iluminada, que es su contrario,
el trono del hombre a donde no penetran las fieras. No obstante, desde el siglo
XIX en que fue obvio para el hombre moderno que la ciudad reproducía en sus
esquinas y callejones proliferantes el laberinto de lo oscuro, se concibió la
imaginación de que esos sitios también estaban poblados por lo salvaje, lo
irracional, por el predador irracional que vive al margen de la civilización,
que se confunde con el criminal carnicero, pero que en realidad es una criatura
más poderosa, que nos remite a un horror que yace en la selva fundamental o en
la playa fundamental que hay detrás de todo hombre civilizado. Los monstruos y
los fantasmas en medio de las ciudades son otra forma de decir que no hay lugar
de donde escapar al miedo a la oscuridad y a sus delirios, al punto de que la
ciudad puede ser el gran absurdo, el gran miedo. En 17 fantásticos cuentos
peruanos, volumen 2, ese miedo existe.
No obstante, también existen cuentos fantásticos poco
ortodoxos donde se apela a Dios o los ángeles para conducirnos a la hipótesis
de una existencia sobrenatural tras los bastidores de este mundo. El método es antiguo;
su novedad radica en que hasta hace poco estuvo en desuso: concebir a la
Divinidad como un castigador implacable que subvierte los sentidos y conduce a
la locura. Otro método poco conocido, que evoluciona del miedo al monstruo, es
el recurso al híbrido o incluso al mutante. Es significativo que alguno de
estos mutantes tengan aspectos de personajes de anime y que algún cuento de
ángeles presenten secuencias casi
cinematográficas. Lo nuevo es también un compromiso de técnicas y
escenografías que nos arrancan del lento y minucioso tránsito de una ciudad
típica a lo imposible, y nos yuxtaponen desde un inicio de los relatos el mundo
de la cotidianidad y las conjeturas de la paranoia, de la amenaza de imposible,
de la presencia sensorial, olfativa, táctil de la monstruosidad en el siglo
XXI.
Porque conviene señalar que el género fantástico es un
genero de ciudad moderna sin duda. Solo el fantástico puede pensarse desde la
experiencia caótica de la ciudad o la experiencia sorprendente de esta. Las
consejas de vieja sobre duendes en las minas son esos; consejas, habladurías.
No relatos fantásticos. Y, tal como lo muestra 17 fantásticos cuentos peruanos,
son relatos de solitarios, de hombres o mujeres solitarias, o con propensión a
la soledad y los silencios, o con
propensión a esa forma de silencio que es la marginalidad. Nuestros
autores peruanos refuerzan en este espacio la idea de que lo imposible es un
atributo de la inspección solitaria de las brechas de la vida cotidiana.
La trama en conjunto del fantástico peruano parece esa: una
oscuridad que puede ocultar la zarpa de la bestia fantástica en la mirada de
quien anda solo. Este escenario es el
tipo de instante que permite conjurar lo inesperado. Gabriel Rimachi y Carlos
Sotomayor han conjugado en el libro que presentamos hoy una muestra no solo
válida por su amplitud (en conjunto ya 34 autores peruanos de considerable
productividad, cuya vigencia y valor se coteja favorablemente con la crítica
actual). Es válida como un permanente resorte por el sobresalto ante la
aventura de lo imposible abriéndose paso a cada página del libro en nuestras
ciudades, en nuestra condición de lectores abiertos a la trascendencia de la
imaginación, a la seriedad con que el género fantástico trata las más oscuras
pulsiones humanas. Rimachi y Sotomayor colaboran, así, a romper prejuicios
antiguos.
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